Mucho se habla del derecho de la mujer al aborto y poco de los dramas de las mujeres que abortaron. En Kioto hay un templo budista donde se venera a una diosa rodeada de cientos de
imágenes pequeñitas. Estas estatuillas representan a los niños de las aguas, los niños que fueron abortados [1].
Según las creencias budistas, estos niños vagan desorientados junto a las orillas del río que separa a los vivos de los muertos, esperando a que alguien les ayude a atravesarlo. Puede apreciarse así que la defensa de la vida no es una creencia de los católicos sino la base de cualquier ética o de una religiosidad natural.
Perece que la reforma de la actual ley de aborto limita un derecho de la mujer. Sin embargo ninguna legislación internacional reconoce hoy el aborto como un derecho pues se limita
a despenalizarlo en algunos supuestos. El nivel moral de una civilización se mide no tanto por la lista de derechos subjetivos que reconoce sino por la protección del derecho de los más débiles.
En cambio parece signo de regreso tachar esta reforma de cruel, de horror y de vergüenza como hacen desde las filas socialistas. Basta considerar esos calificativos desde el punto de vista del no nacido para darse cuenta de la aberración que suponen semejantes afirmaciones, válidas sólo para progresistas incoherentes y de salón.
Dicen que la reforma de la actual ley de aborto limita un derecho de la mujer, ¿pero es así? Ninguna legislación internacional reconoce formalmente hoy el derecho al aborto y sí garantiza el derecho a la vida como pilar básico del derecho. De ahí que entre los derechos subjetivos no figure el del homicidio voluntario, en este caso llamado engañosamente como "interrupción
voluntaria del embarazo", pues ¿cuándo se puede reanudar esa vida interrumpida?, ¿cuándo la decisión de abortar de una mujer es libre? Resulta además poco
científico y anacrónico sostener que "mi cuerpo es mi derecho y competencia privada mía", como dicen algunos detractores.
La cortina de humo de los socialistas y aliados varios que van de progres oculta todo esto con el fácil recurso a una ley de plazos en contra de los Derechos Humanos reconocidos por Naciones Unidas. Y es que esos socialistas no quieren saber nada de los dramas reales sufridos por los miles de mujeres que ha abortado. El anteproyecto de esta reforma supone un paso adelante en el difícil camino de la civilización y del progreso, y pone a cada ciudadano ante la ciencia, la justicia y la consistencia de sus principios morales.
Jesús Ortiz
Los cerezos en flor. Rialp, 2013.
Cf J.Ortiz, Volver a la fe.
Parangona, 2013. p. 115 ss.