Testimonio de algunos socios del Opus Dei en Japón con motivo del cincuenta aniversario de la llegada de la Prelatura a ese país. A modo de introducción el autor expone la historia del cristianismo en las islas y recuerda el amor que sentía el fundador del Opus Dei por los japoneses. En 1958, Mons. Taguchi, Obispo de Osaka, solicitó al fundador de la Obra la apertura de un centro educativo en su Diócesis. Los primeros socios llegaron en 1958, 1959 y 1960. La primera obra corporativa del Opus Dei en Japón fue Seido Language Institute, una academia de idiomas en Asiya, cerca de Osaka. Además del testimonio de los socios y asociadas del Opus Dei, el autor da la palabra a Teruko Uehara, monja budista y antigua alumna de Seido, que trabaja para devolver a sus compatriotas el sentido espiritual de la vida según las enseñanzas de Siddhârtha Gautama, Buda. También al escultor Etsuro Sotoo, que encontró un sentido para su vida y la fe católica trabajando en el templo de la Sagrada Familia de Barcelona. El título del libro hace referencia al mejor momento para conocer Japón, a comienzos de la primavera cuando florecen los cerezos.
Comentarios
Me ha parecido una historia
Me ha parecido una historia apasionante, quizá porque son muchas historias, muy distintas, de personajes variopintos, pero que confluyen en un sentido último esencial: llevar el cristianismo a Japón, a través del espíritu del Opus Dei. Nos cuesta mucho, en Occidente, hacernos cargo de la idiosincracia de un pueblo tan especial como el japonés y, quizá por eso, la confluencia de historias con actores tan diversos ayuda mucho a enterarse un poco de como se respira en esos ambientes. Creo que es un libro muy ameno, se lee muy bien, cada historia tiene su tirón, y tiene un fondo religioso y cultural difícil de captar -cuando uno se encuentra a mucha distiancia- con otros medios
Libro de testimonios, con un trasfondo histórico del inicio y arraigo del cristianismo en un país diametral diferente como es Japón.
Presenta unas historias que transcienden el ámbito personal, poner de relieve cómo detrás de cada llamada, de cada correspondencia, hay un algo divino que determina la vida de cada uno de los personajes.
La obra tiene gran valor histórico como exposición de los comienzos del Opus Dei en un ambiente social, cultural y humano completamente diferente al mundo occidental, donde la Obra nació y se desarrolló primeramente.
Escribe San Josemaría Escrivá en una de sus homilías: “Si cada uno de vosotros se pusiera ahora a contar en voz alta el proceso íntimo de su vocación sobrenatural, los demás juzgaríamos que todo aquello era divino” (Es Cristo que pasa, 32). Es lo que hace José Miguel Cejas al recoger el testimonio de algunos de los socios de la Obra en Japón. Estos nos hablan de su vocación sobrenatural, y todos juntos esbozan la historia de la Prelatura en aquellas islas del Lejano Oriente. De la misma manera que una luz guió a los Magos desde Oriente hasta Belén de Judá, para adorar al Hijo de Dios, la llamada que ilumina y llena las almas de los hombres viaja en dirección al sol naciente. Como en Japón existen muy pocos cristianos de los llamados “de cuna”, la mayor parte de los que aparecen en este libro son conversos al catolicismo, en su juventud o en la edad adulta. Ello quiere decir que tienen muy claro el proceso que les llevó a la fe católica y después al Opus Dei, y así lo explican al lector. La sociedad japonesa actual se nos describe como materialista: trabajar, ganar dinero y gastarlo. Las familias se enfrentan con la dificultad de que los padres trabajan desde la mañana hasta la noche. Cuando también trabaja la madre se produce el fenómeno de los “niños bajo llave”, aquellos que vuelven de la escuela y se encierran en casa sin tener a nadie que les hable ni les oriente. El cristianismo y la Prelatura del Opus Dei tienen mucho que hacer en este ámbito: ofrecer a los hombres y mujeres un objetivo espiritual en la vida más allá del programa de trabajo, dinero y éxito. Es especialmente lúcida la reflexión que hace una de estas jóvenes: “En la escuela nos dicen que el hombre es un animal más, pero entonces ¿por qué al que mata a un hombre le llaman ‘asesino’ y al que pesca un pez le llaman ‘pescador’?”. Como dijo en una ocasión San Josemaría es de un sentido común fabuloso.