Los nuevos leviatanes

 

Desde que Thomas Hobbes publicara en 1651 su famoso Leviatán las piezas del “puzzle” del pensamiento occidental empezaron a cuadrar: la unidad de religión había saltado por el aire y era necesario una ideología, un sistema cerrado de pensamiento para explicar la realidad, que recuperara la unidad perdida.

A la vez, era necesario una solución y una explicación a las devastadoras guerras de religión. Había que pensar por qué la falta de unidad en la fe y la libertad de conciencia provocaron la atomización de sectas y las guerras de campesinos o las matanzas de hugonotes en la noche de san Bartolomé.

Hobbes explicaba que la naturaleza humana estaba realmente corrompida y no sólo herida por el pecado original, como decían los papistas, sino que “el hombre era, realmente, lobo para el hombre”, de ahí que solo el pacto social: la entrega total de la libertad en manos del príncipe, señor absoluto, devolvería al hombre efectivamente la paz social y personal. El contexto era de anarquía total (31).

Inmediatamente, Hobbes se aprestó a buscar en la Sagrada Escritura, la única fuente de la revelación y sólido fundamento de la fe evangélica que teóricamente profesaba, todos los textos que mostraran como Dios había dado el poder al hombre y el hombre al soberano. Así pues, con el testimonio de la Biblia y de los pastores, como apoyatura, Hobbes lograba diseñar el nuevo orden social y religioso y contar para ello con el apoyo de los pastores anglicanos. Lógicamente, también reconocería la importancia de la interpretación de la potestad eclesiástica de Guillermo de Ockham y de Marsilio de Padua: el clero nunca volvería a tener más autoridad que la de recitar los salmos adecuados en cada momento y de ayudar a vivir al pueblo sometido al poder del rey absoluto.

La raíz nominalista de Hobbes aparecerá manifiesta en la negación de realidad de los conceptos (la humanidad es una ficción peligrosa), desconfianza de la razón, deriva fideísta y en un juridicismo atroz, por el que los puritanos como los musulmanes estarán siempre preocupados de si gozan del favor del príncipe, que es el favor de Dios en la tierra.

Evidentemente, para Hobbes como para los estatalistas de hoy da igual un rey que un partido o un parlamento, lo que importa es un estado que devore a los súbditos los esclavice con sus impuestos y cargas fiscales y les someta a los afanes de su poder y a su reparto desigual de la riqueza (12).  El miedo y la desconfianza en Dios y en los demás hombres eran realmente el motor de su vida de ahí la incondicional entrega de la libertad al soberano (20, 23). Es más, Hobbes y los estatalistas desean liberarnos de las cargas de la libertad (27). En el contexto actual hablaríamos de “capitalismos de estado” (33) y de “renegociar las cuestiones morales” (150).

José Carlos Martín de la Hoz

John Gray, Los nuevos leviatanes. Reflexiones para después del liberalismo, ediciones ensayosextopiso, Madrid 2024, 194 pp.