Guido Dall'Olio, profesor de Historia de la Edad Moderna de la Universidad de Urbino, en el Este de Italia, arranca su trabajo sobre Martín Lutero con motivo del Quinto Centenario de sus famosas tesis de Wittemberg, con una anécdota sucedida en una de sus clases de Historia Moderna. Al interpelar a un alumno acerca de cuáles eran los siete sacramentos de la Iglesia Católica y cuales los admitidos por Lutero, el alumno respondió sencillamente que él no era creyente.
En efecto el problema de la salvación y de los contenidos de la fe fiducial, y su reflejo en el número de sacramentos necesarios para alcanzar el cielo, no son preguntas catequéticas (11), sino las de un historiador interesado por entender el porqué de la ruptura de la unidad de la fe católica en el siglo XVI y la situación hasta el día de hoy, puesto que esa división continúa (17-18).
Es más, la cuestión que estaba planteada en la calle, entre la gente sencilla y en la vida de todos, era el de una sociedad donde la muerte estaba tan próxima, donde la esperanza de vida era 35 años, donde de cada diez hijos sobrevivían tres, donde las epidemias se sucedían una tras otra.
Con toda crudeza, el problema era, tan acuciante, como el de la salvación, pues si esta vida era breve, entonces la mirada se pone en la otra vida: cuál era el destino del alma después de la muerte (25).
Por eso la justificación por la fe, la justicia pasiva, sin las obras, sin la lucha ascética, sin el arrepentimiento, sin las indulgencias, las limosnas, las penitencias, las confesiones y el arrepentimiento de los pecados, predicada por Lutero se convierte en un camino directo al cielo, incluso en una sociedad ignorante, inculta y llena de costumbres inmorales: "las obras de la justicia humana son del todo inútiles para la salvación" (57).
Una salvación que es siempre don de Dios, pues el hombre está corrompido por el pecado original y la concupiscencia (73). No hay pues necesidad más que del bautismo, pues según el evangelio de san Marcos "el que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16.16). Así pues, lo demás, es accesorio, hasta la eucaristía que va a depender su realismo, según algunos de los reformadores, de la fe del que comulga (140), y que terminará por ser un mero consuelo espiritual.
La cuestión final es que Lutero acabó fundando una Iglesia (170) que dejó en manos de las autoridades civiles (126 y 142) con un cuerpo de pastores que se suceden de modo familiar, con visitadores de orden público y orden espiritual y con la unidad que establezca el Estado el orden y el interior de las conciencias. E incluso con reformas de la reforma como el pietismo (167).
José Carlos Martín de la Hoz
Guido Dall'Olio, Martín Lutero, Carocci editore, Roma 2017, 246 pp.