Mauricio Wiesenthal y la filosofía

 

En su defensa del humanismo frente a la especialización de la cultura, Mauricio Wiesenthal aborda la filosofía: cenicienta de los saberes en cuanto que es la menos conocida pero que alcanza una gran importancia al impregnar los demás aspectos de la cultura.

Wiesenthal llega a París en los años sesenta para estudiar filosofía y la encuentra postrada entre la fenomenología y el marxismo: "Cuántas penas hube de soportar -escribe- para leer y descifrar al insoportable Husserl, que había sido maestro de Sartre" (pág.412). Éste, por su parte, había superado al maestro al predicar un existencialismo nihilista que negaba toda transcendencia: "Sartre era en mi juventud -explica- el flagelo de idealistas y románticos. Nunca estuvo solo ni combatió en minoría y siempre se posicionó en barricadas ventajistas: comunista cuando en la Europa intelectual se navegaba bien con ese viento y maoísta cuando otros sospechábamos los crímenes del régimen chino y su Revolución Cultural" (pág.403).

El autor comienza por criticar el cientifismo (pág.391) de determinados divulgadores que dogmatizan sobre las ciencias: "La presentación dogmática  -escribe- de hechos que aún no han sido probados por la ciencia conduce a catástrofes morales": Niegan la trascendencia, desconocen la naturaleza humana y destruyen los vínculos sociales predicando el nacionalismo o la lucha de clases: "Fichte -explica- condujo a los románticos alemanes hacia el fanatismo nacional, en vez de guiarlos hacia el humanismo. Fue una de las tragedias mayores de la cultura europea, porque Alemania había sido, desde la Edad Media, la cuna e inspiración del pensamiento idealista" (pág.405).

Hay que señalar que Wiesenthal utiliza indistintamente el término idealista en su doble acepción, de aceptación de unos valores y también como filosofía subjetivista representada por Kant y Hegel. "En este ambiente -continúa el autor- nace el viejo Marx: un profeta mesiánico formado en la escuela de Hegel y condenado a sobrevivir en el gueto intelectual donde los nacionalistas alemanes habían arrinconado a los judíos" (pág.405). "Marx, al buscar refugio en el materialismo, marcó el porvenir de su filosofía y, posteriormente, el decurso del pensamiento europeo del siglo XX": "Toda la vieja guardia del idealismo acabó en el materialismo y los mejores discípulos del realismo aristotélico se precipitaron en los bajíos de la prosa nominalista" (pág.406).

El autor hace la crítica del racionalismo al señalar cómo "cuando queremos pensar sin sentir -es decir, cuando no sabemos amar-, caemos en el delirio de pensar que todo tiene sentido a partir de nuestro cerebro" (pág.392), y de Sartre dirá: "Ignora cualquier nivel de vida espiritual que no sea reducible a términos rentables y a simples ambiciones materiales; al hacer esa trampa desmonta nuestra conciencia psicológica [moral, ética], poniendo bajo sospecha valores tan fundamentales en la vida como el amor, los actos de generosidad gratuita, la fuerza real de la oración o el sostén humanista de la fe" (pág.403). Para Wiesenthal, Sartre "creó una filosofía de la inmoralidad, que pretendía justificar una libertad absoluta" (pág.413). Libertad absoluta ... ¡cómo nos suena eso!.

Los filósofos católicos como Maritain, Mounier o Gilson, "no parecían interesar a nadie"; al revés, eran mirados con sospecha en los ambientes católicos por considerarlos de izquierdas, mientras que "muchos movimientos clericales se inclinaban hacia las teologías de la liberación, que, empezaron suponiendo un combate idealista de caridad y acabaron sumidos en el pensamiento materialista" (pág.42). En España nos habla de Julián Marias, católico sincero, que había sido apartado de la enseñanza por haber sido republicano y discípulo de Ortega y Gasset, en tanto que los intelectuales que procedían del catolicismo oficial evolucionaban hacia un cristianismo a la carta.

Juan Ignacio Encabo Balbín

Mauricio Wiesentahal, Siguiendo mi camino, Acantilado 2019.