Comentaba el profesor de teología dogmática de la Facultad de teología de Nápoles, Cesare Giraudo, que el gran error de algunos estudiosos de la liturgia es que, cuando estudian la sustancia sacrificial de la santa Misa se dedican a desmontar la plegaria eucarística para estudiarla como si fuera un reloj al que al sacar las diversas piezas se ha perdido el movimiento que es lo importante del reloj (10). Del mismo modo, desmembrar la plegaria eucarística haría perder el ritmo de la gracia de Dios y su fuerza transformadora para reducirla a plegarias dentro de una plegaria.
“Levantemos el corazón”, así comienza la plegaria eucarística puesto que así arranca el pórtico o prefacio de la misma. Enseguida el sacerdote dirá: “demos gracias al Señor nuestro Dios”, es decir agradezcamos que Dios mismo haya sido quien nos lo ha elevado y permanezcamos en verdadera “tensión de amor” hasta el final de la plegaria eucarística (25).
Efectivamente, el diálogo divino de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en el que discurre la plegaria eucarística se realiza, como afirmaba san Justino en su Apología I, mientras comentaba la plegaria” “sobre los elementos eucaristizados” (28). Indudablemente, en la plegaria eucarística hay una confesión de nuestra fe, de nuestros pecados y debilidades y una confesión de agradecimiento rendido a Dios por su perdón y misericordia (34).
Ciertamente la recitación del sanctus al término del prefacio y después de convocar a los cielos y la tierra, a la multitud de los ángeles y de los santos, pastores, mártires, vírgenes y confesores, resulta uno de los momentos de alabanza a Dios precisamente en el momento en que se va a producir la renovación incruenta del sacrificio del calvario sobre nuestros altares y los altares de nuestros corazones (44).
Inmediatamente, nuestro autor explicitará la epíclesis o invocación al Espíritu Santo sobre las ofrendas para que sean “para que sean hechos para nosotros el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo” (58). De ahí que, pronunciadas las palabras de la transustanciación, el sacerdote se arrodille y adore las especies sacramentales y se llame al pueblo asistente a exclamar este es el “misterio de nuestra fe” (59).
Finalmente, se expresará a continuación la fe de la Iglesia y se explicitarán todas las necesidades e invocaciones necesarias en la “anámnesis”: “te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación” (60).
La conclusión de la plegaria tras la triple invocación “por Cristo, con Él y en Él” es el grito “a modo de firma…como un trueno desde las nubes” que es el “amén” que debería tronar en nuestras iglesias para que nuestros vecinos supieran que ese acto de fe es el preludio de la comunión para templar nuestras almas (65).
José Carlos Martín de la Hoz
Cesare Giraudo, La plegaria eucarística. Culmen y fuente de la divina liturgia, ediciones sígueme, Salamanca 2024, 156 pp.