Cuando visito alguna exposición o algún museo, me gusta observar a la gente y suelo fijarme especialmente en los niños, casi siempre aprendo algo. Uno podría pensar que allí más bien estorban, porque suelen estar inquietos, corretean, gritan, lloran y parece que no atienden e incluso que obligan a quienes los acompañan a ver los cuadros y esculturas más rápidamente de lo que desearían, pero opino que no es así.

Mi experiencia es que con el arte y con la música suele suceder lo mismo que con la lectura. Si desde pequeños han visto a sus padres leer, si los llevan a visitar exposiciones, si mientras juegan en su casa suena la música que escuchan los mayores un domingo por la tarde…, es bastante probable que de modo natural y casi sin darse cuenta se vayan familiarizando con los libros y con estas manifestaciones artísticas y culturales y acaben descubriendo el valor de la belleza en sus variadas manifestaciones. Es solo un punto de partida, pero quizá indispensable. No ocurra lo que presencié hace algunos años en la Feria del Libro. Un chaval vivaracho pedía ilusionado a su madre que le comprara un libro de aventuras, la respuesta me dejó atónito: "¡hijo, ya tienes uno!".

Hace pocos días, mientras visitaba la colección Philips expuesta en la sede de "Caixa-Forum" en Madrid, me fijé en una niña a la que le llamó la atención un gato que figuraba en uno de los cuadros; a partir de este momento, se puso a buscar otros animales en los demás obras expuestas. Otras dos niñas, que parecían hermanas, se sentaron en el suelo con hojas de papel y lápices de colores y se pusieron a pintar, mientras los mayores contemplaban tranquilamente los cuadros. Sentí una especial alegría.

Ahora cada vez que escucho música, retrocedo agradecido a los años de mi infancia, cuando Vivaldi, Bach, Mozart, Beethoven, Brahms, Falla, y un largo etcétera de compositores, sonaban en el viejo aparato de las sala de estar del piso grande en el que vivíamos. Casi sin darnos cuenta aquella música sé quedó y tanto mis hermanos como yo no podemos prescindir de ella.

Por esto, he disfrutado, por poner algunos ejemplos, con la lectura de libros como La novela de la ópera de Franz Werfell, sobre la coincidencia de Verdi y Wagner en Venecia; Músicos ante el abismo, magníficos relatos escritos por el compositor y pianista Luis Agius; Mozart camino de Praga, breve novela de Eduard Morike o Velázquez y Rubens, una conversación en El Escorial de Santiago Miralles Huete.

 

Luis Ramoneda