Entre los muchos temas de estudio de la teología subyacente a los escritos de san Josemaría, podemos detenernos ahora, en la Navidad, en la cuestión de la identificación con Cristo, tantas veces comentada de palabra y por escrito y, sobre todo, tan central siempre en su predicación, especialmente en sus últimos años.
Precisamente, al decir que en los últimos años de una manera especial, viene a mi memoria el recuerdo de unos días de mayo de 1974, alrededor de la festividad de san Isidro, cuando san Josemaría entraba y salía de Diego de León 14, en Madrid, comentando por lo bajo: “vultum tuum Domine requiram”. “Quiero ver tu rostro” y añadía: quiero darte un abrazo. Es decir: se trata de un signo de identificación.
Lógicamente, aquella expresión en esa temporada, estaba rodeada de otras muchas expresiones recogidas en un famoso artículo sobre las jaculatorias repetidamente meditadas, entre las que destacaría una: “Lo que tú quieras yo lo amo”, que está anotada desde los apuntes íntimos hasta el final de su vida y en todas partes. Era claro que san Josemaría vivía para hacer la voluntad de Dios para Él que era hacer el Opus Dei siendo tú mismo Opus Dei.
Don José María Hernández Garnica, uno de sus hijos más mayores, en esos años setenta iba a Roma a la caza de la oración de san Josemaría y regresaba a Europa de sus viajes con enseñanzas para “materializar la oración diaria de las personas que atendía y, a veces, quedaba gráficamente dicho: “Iesu, Iesu, esto mihi Semper Iesus!”
Precisamente, el Concilio Vaticano II fue un Concilio cristo-céntrico que buscó siempre salvar la distancia entre soteriología y cristología que se había dado en años anteriores al concilio, cuando al celebrar el centenario de Calcedonia en 1951 se había querido subrayar la unidad de la persona y de la obra de Cristo como Redentor y Salvador.
Por otra parte, el Concilio había subrayado la teología de comunión y precisamente la Iglesia, esposa de Cristo, había sido definida como “La comunión de Dios Padre con sus hijos los hombres, en Jesucristo, por el Espíritu Santo”. Comunión, por tanto, que va más allá de la identificación y que expresa crudamente la plenitud de identidad.
San Josemaría se deleitaba con la unidad de las dos naturalezas en la persona divina de Cristo que el concilio de Calcedonia había definido; “inconfuse, indivise, inseparabiliter inmutabiliter”. Otras veces decía: “Con su cuerpo, con su sangre, con su alma, con su divinidad. De ese modo unía cristo-centrismo con teocentrismo y evitaba la división protestante. En cualquier caso, Cristo es “alfa y omega“ (GS n. 22) y centro de la historia: “Restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra” (Ef 1, 10).
Ahora bien, donde brillaba con luz propia el cristo centrismo de san Josemaría y su doctrina del “Ipse Christus” era cuando abordaba la teología del trabajo y , en concreto, se detenía a contemplar los treinta años de vida oculta en Nazaret. Indudablemente, debemos recordar brevemente aquella afirmación: “devolverle a la creación su noble y original sentido”: Dar gloria a Dios. Siempre es Navidad.
José Carlos Martín de la Hoz