Neodoxo, ¿yo?

27 Nov, 2006por cdl

Uno de los términos

acuñados por el profesor Michael Novak que más

certeramente describen a un sector de la sociedad contemporánea es el de
class=SpellE>neodoxia, que él define como la "obediencia a lo nuevo",

como resultado de un falso sentido de la "sofisticación" en el que se

mueve la progresía al uso.

Esto

puede sonar extraño pero la sofisticación, la ropa, los modos, la

"estética" son querencias de la progresía que, igual que ciertas

actitudes de tono moral, se quieren arrogar como legítimos y únicos

propietarios. Pero aquí encontramos una cuestión difícil de resolver:

estéticamente, ¿la modernidad es ortodoxa o heterodoxa? Según
class=SpellE>Novak, ni una ni otra sino neodoxa,

le fascina lo nuevo, sea lo que sea. Dentro de la modernidad, todo lo ortodoxo,

lo regular o lo canónico es despreciable por definición. Por tanto, lo nuevo,

lo provocador es la nueva regla.

Todo

el mundo recuerda la anécdota de la limpiadora de un museo británico que tiró a

la basura una "obra de arte" porque creía que era, pues eso, basura.

Y ciertamente lo era, basura, papeles arrugados, que se decía que eran arte.

Pero, ¿por qué? sencillamente porque el presunto artista antes que demostrar su

capacidad artística trataba de demostrar su capacidad de sorprender y provocar,

por eso el arte (si es que así se le puede llamar) ha dejado de ser

contemplativo y pasa a ser pasajero. Fuera de la primera impresión, la obra de

arte pierde su valor.

Esta

posición abiertamente antiestética tiene su fundamento y a su vez su

consecuencia en una incapacidad real para la contemplación. El hombre moderno

no es contemplativo y por eso se pierde la mitad de las cosas buenas del mundo.

El

ateo contemplativo disfrutará tanto de la Pietá de

Miguel Angel como el cristiano del friso del

Partenón. He visto japoneses extasiados frente a la Catedral de Burgos y

occidentales admirados de la bella serenidad de un jardín japonés. El disfrute

de la belleza es posible y deseable pero para eso hace falta preparar la mente

y el corazón para poder prolongar el goce estético que se produce mediante un

acto reflexivo que es la contemplación.

Siempre

me llamó la atención, en el orden de la ascética, lo que un maestro espiritual

proponía a sus catecúmenos como medio de vida: "ser contemplativos en

medio del mundo". Me gusta el lema también para lo que no es ascesis.

Poder gozar de un espacio abierto, de una ciudad, de un museo, de una pintura o

de un paisaje cualquiera presupone mucha formación humana (no forzadamente

académica), mucha finura espiritual (tampoco necesariamente religiosa) y muchas

ganas de vivir.

El

joven que se pone los pelos de punta o pircing en

toda la cara busca el shock y una vez logrado

necesitará ir aumentando su capacidad de impresionar. Los tratados clásicos

sobre la elegancia y las buenas maneras decían que ser elegante era saber pasar

inadvertido en cualquier ambiente. ¡Qué diferencia con los principios

contemporáneos! Esto no dejaría de ser una mera cuestión de opiniones si no

fuera porque una actitud reiteradamente provocadora impide al hombre gozar de

una de sus más importantes cualidades: la admiración

duradera y constante de las cosas bellas.