Charlando de modo informal, no hace mucho, con un grupo de amigos, todos con carrera universitaria y asentados en Madrid desde hace años, uno comentó que nunca había visitado el Museo del Prado. Nadie dijo nada, lo cual lo sorprendió, pues esperaba una reacción contundente por parte del resto de contertulios o por lo menos de algunos. Se pasó a otros temas y no se volvió a hablar del asunto. Me acordé de la anécdota mientras visitaba por segunda vez la extraordinaria exposición sobre el beato Fra Angelico, que se puede contemplar en aquella pinacoteca hasta finales de septiembre, y sentí pena por aquel amigo, porque no sabe lo que se está perdiendo.
Lo mismo me sucede cuando alguien casi se jacta de no leer o de mostrar nulo interés por las grandes obras filosóficas, literarias, artísticas, musicales de nuestra cultura. Me parece que esto los empobrece, pero no solo a ellos, porque los efectos de estas actitudes, cuando se generalizan, los padecemos todos, pues se manifiestan en la poca hondura y calidad de los debates públicos, en la superficialidad, en la falta de argumentos, que lleva a menudo a sustituir el razonamiento, la lógica, el sentido común, por la apelación a tópicos ya muy manidos o a un sentimentalismo fácil de manipular.
Llovía sobre mojado cuando, a los pocos días, en el trabajo, tuve que enfrentarme con la tarea de contestar a un mensaje de difícil comprensión, porque estaba pésimamente redactado. Todo conecta: el escaso interés por la literatura, la historia, el pensamiento, el arte, etc., nos incomunica –tanto en la expresión oral como en la escrita–, nos banaliza y nos deja inermes. Deténganse ante la Anunciación de Fra Angelico magníficamente restaurada, lean Antígona de Sófocles, escuchen a Bach…, contemplen la naturaleza, consulten buenos diccionarios…
Luis Ramoneda