La obra que ahora deseamos reseñar arranca con el comentario al capítulo trece de los hechos de los Apóstoles, cuando Bernabé y Pablo estaban en una sinagoga del Asia menor predicando la palabra de Dios a los judíos de la diáspora y, ante su reiterada cerrazón, exclamaron valiente y solemnemente: “Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la palabra de Dios; pero como la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna nos volvemos a los gentiles” (Act 13, 46).
En efecto, el magnífico ensayo histórico sobre las Edad Media redactado por el gran medievalista catalán, catedrático de Historia Medieval y profesor de las Universidad de Navarra, Jaume Aurell, está apoyado en los ritmos poéticos y musicales de la divina comedia de Dante, y el lector encontrará toda la ciencia histórica necesaria y, además, aprenderá muchas lecciones de filosofía de la historia aplicada a este interesantísimo período de la historia y, sobre todo, constatará las raíces que construyeron Europa y la civilización occidental.
En primer lugar, afirma el autor, que es necesario colocar al colonialismo modernista en su lugar. Es decir, evitar tratar de modo imperialista y colonialista los hechos de la modernidad, motivo por el cual frecuentemente tienden los modernistas a convertir el estudio del Medievo, en un verdadero prerrenacimiento, en vez de tratarlo como realidad histórica en sí misma, es decir, que debe evitarse la “modernización de la Edad Media” (13).
Enseguida, nos recordará nuestro autor el primer momento de la construcción de Europa como una unidad y variedad, impulsado por una cultura basada en los tres grandes corrientes de pensamiento del siglo primero. Es decir, la importancia no sólo religiosa del apóstol Pablo: “su figura ensambla las tres capitalidades que, para muchos, constituyen la esencia de la civilización occidental: Jerusalén, Atenas y Roma. Su apasionamiento por la nueva religión y su genuino aprecio por la civilización romana aunaron una combinación perfecta para persuadir a sus correligionarios de que era posible una cristianización del imperio” (22).
Seguidamente, se centrará nuestro autor en la relación entre Constantino y la Iglesia. Por una parte, el emperador Constantino otorgó libertad y carta de naturaleza a la Iglesia desde el 313, pero, a la vez, se presentó ante el imperio como el “Romanus Pontifex” de los paganos: “La ambivalente actitud religiosa de Constantino tuvo unas consecuencias imperecederas para el devenir de la historia, puesto que inauguró el largo capítulo de las tensas relaciones entre la Iglesia y el estado” (24).
No era fácil la cuestión pues de hecho el papa Silvestre convocó el gran concilio de Nicea del 325, para recuperar la unidad de la Iglesia tras el desagarro de Arrio y sus muchos obispos correligionarios, pero fue el emperador quien facilitó las postas imperiales para que asistieran la mayor cantidad de obispos de la historia. Pero se las ingenió para presidir la asamblea y perseguir a los herejes bajo penas terribles (24-25).
José Carlos Martín de la Hoz
Jaume Aurell, Elogio de la Edad Media. De Constantino a Leonardo, ediciones Rialp, Madrid 2021, 270 pp.