Una expresión así parece adecuada en el mes que vivimos, ¡pero ya está! Más de uno puede ponerse un poco nervioso ante semejante afirmación, y me he encontrado artículos que, expresamente, se oponen a que alguien diga semejante cosa. Entendemos que algunos hayan sufrido con la muerte de un ser querido. Pero no pocos tienen mucho miedo a ponerse en semejante circunstancia. Y los tiempos que corren, con bastantes más muertos de lo que es normal -no sabemos si las cifras oficiales o las otras- nos hacen verla más de cerca.
Pero es san Josemaría quien nos lo dice en Camino: “Si eres apóstol, la muerte será para ti una buena amiga que te facilita el camino”. Claro, hay que ser apóstol, así cualquiera, pero eso de ser apóstol no está al alcance de todos. Es un paso más, por lo menos, a ser un buen cristiano. Y podemos pensar que un planteamiento semejante no deja de ser una utopía.
Eso pensaba quizá santo Tomás Moro, y escribía en su “Utopía”: “La manera en la que los utopienses aceptan la muerte es un capítulo de gran importancia para los improbables biógrafos de la isla ya que la muerte ilumina toda la vida. Mueren como han vivido, pues han hecho de la muerte un pensamiento profundo y vital, como faro en la oscuridad de la noche que los lleva a puerto seguro. En el constante recuerdo y celebración de los muertos, la población de Utopía tiene un instrumento pedagógico para que todos los habitantes se reafirmen en la práctica de la virtud” (p. 42).
Gracias a Dios no tenemos que irnos tan lejos y a la ficción para encontrar esos mismos sentimientos. El ejemplo de África Sendino, magistralmente transmitido en el libro de Pablo D’Ors, nos trae las vivencias de una persona de nuestro tiempo. Ella quiso contarlo, transmitía algunas notas que conseguía escribir en papel: “Desde el principio de mi enfermedad comprendí que mi forma de encararla no era el resultado de una gran fortaleza psicológica, sino un don estrictamente sobrenatural. Desde ese primer momento supe que sólo tenía un deseo: cubrir este peregrinaje del mejor modo posible” (p. 60).
Entendemos por qué no es lo mismo la visión de la muerte para un creyente que para un agnóstico o ateo. El cristiano cuenta con la ayuda de la Gracia. El autor del libro, que acompañó a África en los últimos días, dice: “Si es cierto que los últimos días y hasta las últimas horas en la vida de una persona simbolizan bien lo que esa persona ha sido o ha querido hacer, entonces debo pensar que Sendino era lo que en el catolicismo se entiende por santo” (p. 15).
Entendemos pues, solo desde la fe, desde la vida en un ambiente cristiano, la expresión “nuestra buena amiga la muerte”, porque el discípulo de Cristo vive para la eternidad, y la realidad de la muerte, especialmente en tiempo de pandemia, nos ayuda a vivir con rectitud, con el convencimiento de que Dios quiere llevarnos al cielo. Y por eso noviembre es un mes dedicado especialmente a los difuntos, pues nuestras oraciones pueden servirles para el último empujoncito.
Rezamos por los difuntos, ayudamos a los enfermos, y los moribundos nos ayudan a nosotros: “Yo solía situarme a su lado fingiendo un aplomo del que carecía; decía dos o tres frases de compromiso para simular seguridad; pero luego me sentaba en la sillita que Sendino había dispuesto para sus visitas, frente a su butaca, y allí, al tenerla tan cerca, comprendía que una vez más Dios mismo me quería decir algo y, en esta ocasión, por medio de esa mujer” (p. 24).
Ángel Cabrero Ugarte
Tomás Moro, Piensa la muerte, Cristiandad 2006
Pablo D’Ors, Sendino se muere, Galaxia Gutemberg 2020