Hace muchos años tuve la suerte de conocer personalmente al catedrático de Historia de los Descubrimientos de la Universidad Complutense de Madrid, al onubense de Aracena, el profesor Florentino Pérez Embid, y siempre me impresionó su fina inteligencia, su categoría humana y buen humor.
Además, tuve la suerte de vivir durante doce años en el centro del Opus Dei de Madrid donde vivió y falleció don Florentino y donde dejó tantos recuerdos personales, como muchos libros de historia, especialmente de América, algunos de los cuales pude leer y disfrutar y estaban dedicados a él en la biblioteca de la casa y, por supuesto, algunas condecoraciones que dejaba para las vitrinas, pues para él no tenían importancia y, sobre todo, pude tratar y convivir con muchas personas que le habían conocido y habían trabajado con él.
Una de las cosas más llamativas de su personalidad era la categoría humana y espiritual de este Numerario del Opus Dei de la primera hora, así como, la innumerable cantidad de amigos de toda clase y condición a quienes recibía a lo largo de tardes enteras en una cafetería sencilla y moderna cercana a su centro en la calle Montesquinza 22, para no bloquear la sala de recibir de la casa.
Siempre me impresionó su profundo planteamiento de dedicar sus libros, investigaciones y amistades, a revivir las raíces cristianas de la cultura y de las ciencias de España y de Europa de modo que la cultura y la civilización pudieran servir a la dignidad de la persona humana.
Uno de sus lemas, tomado indudablemente, de san Josemaría, Fundador del Opus Dei, era el de “ahogar el mal en abundancia de letra impresa”. De ahí, las muchas y variadas tareas de prensa, editorial, colecciones de poesía etc., que puso en marcha a lo largo de su vida.
Un ejemplo concreto de lo que acabamos de hablar podría resumirse en la colección de publicaciones de carácter humanísta llamada “o crece o muere” editada por el Ateneo de Madrid que presidió a finales de los años cuarenta.
El índice de autores que publicaron en esa colección coincide en gran medida con la relación de conferenciante invitados a desarrollar una faceta concreta de su tesis doctoral o de su investigación reciente, de ese modo se promocionaba a los jóvenes valores emergentes que pensaban cristianamente o eran valiosos en su ciencia humana, a la vez que los intelectuales españoles y madrileños estaban al día de las corrientes de pensamiento europeo y español del mitad del siglo XX.
La lectura de los nombres de los autores impresiona por la capacidad de don Florentino de descubrir talentos y distinguir las nuevas ideas y líneas de fuerza rompedoras de los copistas o limitados a resumir lo anterior y exponerlo ranciamente.
A su vez, se descubre que la ilusión de san Josemaría por promover la libertad de los hijos de Dios y, aunque se autodenominara el último romántico de la libertad, en realidad, deseaba que sus hijos prosiguieran su tarea.
José Carlos Martín de la Hoz