href="http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=7626">Todo fluye,
la realidad es cambiante, la historia, el mundo es un eterno fuego en proceso
de transformación. Este principio de Heráclito sirve a Vasili Grossman para
titular su novela escrita entre 1955 y 1963, publicada ahora por
Galaxia-Gutenberg a rebufo del éxito de
href="http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=6597">Vida y
Destino.
La novela es una reivindicación
de la libertad de principio a fin. Iván Grigórievich es un prisionero político
que después de treinta años, a la muerte de Stalin, sale del campo de
concentración donde le han mantenido recluido. La novela cuenta la experiencia
de la vuelta, aunque mejor sería decir que esa es la excusa que sirve al autor
para hablar de la sociedad rusa, de los crímenes del comunismo, de la historia
y del cambio de manos del poder.
Los últimos capítulos, dotados de
una intensidad narrativa espléndida, a medio camino entre la narrativa y el
ensayo, son un cántico memorable a la libertad del ser humano. Grossman afirma
con rotundidad que el siglo XX ha sido testigo de las mayores cotas de
violencia ejercida por el Estado que ha conocido el hombre, realidad que "ha
hecho tambalear el principio hegeliano de que todo lo real es racional".
A Grossman le llama la atención
especialmente la claudicación de muchos presos de los campos, pero con un acto
de fe en la libertad nos enseña que mientras haya un hombre, sigue habiendo
libertad, que no se puede extinguir nunca a pesar de los esfuerzos de Stalin, a
pesar de la represión, de los campos de prisioneros, los fusilamientos o el
exterminio por la hambruna.
Todo lo que surge a partir de la
violencia es absurdo e inútil. Los que apoyaron la revolución y luego fueron
víctimas de ella no se dieron cuenta de este sencillo principio y entonces, en
los campos, pierden el sentido de sus vidas, que lo tienen a pesar de que
sientan, como Grigórievich, que nunca les han dejado ser felices.
Heráclito también decía que la
guerra, la discordia, ese fuego transformador, era el origen de todo. Grossman,
tal vez sin intención, nos deja ver este principio en paralelo a la revolución
socialista. La sabiduría, el sophón heracliano, solo se encuentra en el
alma seca, no en la húmeda y maleable como el barro, Grossman nos lo
caracteriza en el alma seca de Grigórievich, quien sabe juzgar históricamente a
Lenin y a Stalin, en dos capítulos memorables.
En definitiva, nos encontramos
ante una novela magnífica en su contenido y en su forma, muy "rusa" en su
planteamiento literario –recuerda a Bulgákov o a Bunin – a veces a medio camino
entre el ensayo y la narración, que nos abre las puertas de una realidad que
todavía muchos niegan, tapan y disfrazan.
Carlos Segade
Profesor del Centro Universitario
Villanueva