Una conversación entre amigos me llevó al conocimiento de una temática que nunca me había interesado y que, después de la conversación, seguía sin interesarme excesivamente. Hablaba uno de ellos de que había heredado de su padre una pistola. La tenía en casa, pero sabía que estaba prohibido tener armas de fuego sin permiso. Alguien le dijo que preguntara a la Guardia Civil, pero era consciente de que cualquier declaración de su pertenencia supondría que se la confiscaran de inmediato y quizá con una multa.
Si lo pensamos un poco, con cierta distancia, nos damos cuenta en seguida de que eso tiene una lógica. No parece sensato que un particular tenga en su casa un arma de fuego, porque, aunque no tenga ni la más mínima intención de usarla para nada, también puede ocurrir que un día, en un ataque de miedo, coja el arma para defenderse de un ladrón, por ejemplo. El peligro, en un caso así, de disparar a aquel hombre, es grande, porque cualquier persona puede perder la cabeza. Por lo tanto, sin duda es mejor que no haya ninguna opción a la posesión de armas. Ya sabemos que en EE. UU. no es así, y supongo que, a todos, aquí, nos parece una barbaridad.
Pues resulta que ahora los parlamentarios españoles, con mayoría suficiente, votan a favor de la eutanasia. Se acabó la preocupación por la vida de las personas. Esa preocupación habitual y lógica en todos los individuos normales de que no se muera este señor que ha tenido un accidente, o este hermano que se ha puesto muy grave por el coronavirus, o mi hijo que se ha estrellado con la moto. Normal. Es lo natural, aun sabiendo, todos los que tenemos fe, que la muerte nos lleva a la eternidad, pero nos parece lógico que esa persona moribunda o muy grave pueda seguir viviendo, sobre todo si Dios lo quiere así.
Pero ahora los médicos son dioses que pueden decidir sobre la vida de una persona. Sí, nos dirán que es decisión del paciente, y yo les recuerdo que cualquier persona con dos dedos de frente procura evitar un suicidio, y que la autoridad tiene obligación de oponerse, entre otras cosas porque se intuye que en todo suicidio hay un momento de desesperación, de obnubilación, de ceguera. Se ponen todos los medios, incluso la violencia, para que esa persona no se quite la vida.
Ahora ya no; ahora, por decisión del parlamento, jugamos con la vida de las personas. Le damos permiso al médico para que quite la vida a un paciente. ¿Que es el enfermo quien lo pide? En nuestra vida podemos pedir muchas tonterías y muchas barbaridades ante las que una persona sensata no nos haría caso. La vida es sagrada, no está en manos de los hombres, y aunque haya alguien que se deje llevar por la locura, no se lo permitimos, porque hay otros medios de ayudar a un enfermo.
Ahora que los cuidados paliativos han dado pasos de gigante, que se puede ayudar a los enfermos con tantos medios útiles, lo único que se les ocurre a los parlamentarios españoles, mayoría, es matar. Ya sabemos que esto lo han hecho en otros países europeos, pero no son de ambiente católico, no se puede esperar demasiado de ellos. Y la pregunta es: ¿se puede esperar de nosotros, católicos, semejante barbaridad? Y la respuesta es que en España ya no son católicos la mayoría, aun cuando hay muchos y muy buenos que sí lo son.
Conclusión: las personas en la medida en que pierden sus ideas religiosas pueden terminar en barbaridades incontables. Esto es el principio. Y, por lo tanto, los que nos sentimos verdaderamente seguidores de Jesucristo deberíamos pensar en qué se nos ocurre para influir más en el ambiente.
Ángel Cabrero Ugarte