Cualquiera que tiene trato con familias jóvenes, por parentesco, por vecindad, por amistad se da cuenta de las diferencias tan importantes que existen entre la educación de unos niños y otros, de unos jóvenes y otros. La influencia en la familia de una vida verdaderamente cristiana es algo que se percibe fácilmente. Pero también somos conscientes de que es cada día más difícil conseguir esa educación en la piedad cristiana.
Las costumbres, los ambientes, la tecnología han complicado mucho el modo de educar con éxito. Quizá por eso hoy más que nunca hay que recordar a los padres de familia, especialmente a los más jóvenes, que la vida de oración es esencial para nuestra vida, y que se aprende inicialmente en el hogar, con el ejemplo de los padres.
Unos padres profundamente cristianos rezan. Tienen algún rato de oración mental, algo que es esencialmente personal. Valoran mucho, como algo central, la misa del domingo, a la que se acude con los hijos con aire de fiesta. Además esos padres suelen asistir también entre semana. El rezo del Ángelus, sobre todo los fines de semana en que la familia está más reunida, es una costumbre que manifiesta el amor a la Virgen. Y los padres rezan con los hijos al acostarse desde muy pequeños. Y así tantos detalles.
Dice Scott Hahn: “La sociedad sacramental reconoce que Jesucristo es el Señor y que su Iglesia no es una institución que compite por el poder terrenal, sino la manifestación en la tierra de la realidad del cielo. La realidad de los sacramentos no puede limitarse a salpicar la vida de la comunidad con una pequeña intervención aquí y allá: los sacramentos son la antesala de la realidad sobrenatural más profunda de la existencia humana; una realidad capaz de transformarnos a nosotros y a nuestras comunidades si nos abrimos totalmente al Espíritu Santo y lo permitimos”[1].
Nos damos cuenta de que ese ambiente sobrenatural que confieren los sacramentos no es algo que se vaya a encontrar en la calle, quizá ni siquiera en el colegio. Tampoco, en muchas ocasiones, entre los amigos. Por eso recae sobre los padres la gran responsabilidad de transmitirlo en el día a día, como lo más natural, porque aunque sean realidades sobrenaturales, deben empapar nuestra naturaleza.
“La oración se aprende y cultiva en la familia cristiana. Sin oración no hay vida cristiana, no hay educación en la fe. En la oración se conciben santos pensamientos, se encienden los afectos, se fortalecen los deseos, se forman propósitos y resoluciones, se purifican los afectos y apetitos desordenados, se conoce la voluntad de Dios y se le pide ayuda para cumplirla”[2]. Y los hijos aprenden desde muy pequeños cómo se reza si lo ven en sus padres. El ejemplo desde que tienen uso de razón, desde que aun siendo muy pequeños se rezan en casa ciertas oraciones.
Como dice Montiel: “He aprendido a rezar a partir de tus manos”[3]. Y esa es la cuestión al final, qué es lo que ven los niños, porque la fe se transmite y por eso la aprenden.
Ángel Cabrero Ugarte
[1] Scott Hahn, La primera sociedad, Rialp 2019, p. 166
[2] Julio Gallego Codes, La sabiduría del educador, Eunsa 2021, p. 206
[3] Jesús Montiel, Lo que no se ve, Pre-textos 2020, p. 27