Por fin
Rosa Regás
ha dejado la dirección de la Biblioteca Nacional.
"Por fin", rotulaba un titular de prensa. No puedo estar más
contento. Desde estas líneas, dije en una ocasión que me
avergonzaba de que la exdirectora quisiera sacar de la Biblioteca el busto de
Menéndez Pelayo por tacharlo de reaccionario y no sé
cuántas cosas más dignas de una gran ignorante. Ahora, la que
está fuera es ella. Su sectarismo era evidente, periodistas de todas las
tendencias mostraban su asombro de que la mantuvieran en el puesto. Muchos
escritores, de los de cámara, callaban. ¡Qué pena me da que
los puestos de la administración pública que tengan que ver con
nuestro patrimonio cultural lo gestionen incapaces, incompetentes y sectarios que
hacen un uso partidista de esos medios!
Es necesario que la Biblioteca, como otras
instituciones del patrimonio, estén gestionadas por auténticos
conocedores de la institución por razón de su mérito y
capacidad. La Biblioteca
siempre ha sido un puesto de "recompensa", con algunas excepciones,
a los servicios prestados al partido gobernante, como los museos, teatros y
orquestas. La progresía cutre y anquilosada ha escogido a Regás para esa función y se dio con un palmo
de narices ante semejante incompetencia. La progresía cree que ser escritor
de cámara o "artista" (mote que usan algunos cantantes y
actorcillos para referirse a sí mismos) implica un derecho de pernada
sobre el patrimonio y, sobre todo, sobre los fondos públicos que les dan
de comer. Para ellos, cosas como la seguridad de los fondos de la biblioteca
son cosas sin importancia y allá se fueron los dos mapamundi
de Ptolomeo, por poner el ejemplo que circula por ahí.
El patrimonio cultural
debería estar al margen del juego político para que no sucedan
estas cosas y, al igual que la RAE
y otras Academias, ser independientes o depender directamente de la Corona, que para eso
está, porque mientras el nombramiento siga dependiendo del ministerio de
propaganda… perdón, de cultura, pasaremos de un mal a un "menos
mal", pero siempre nos quedaremos a medio camino. Es más fuerte la
tentación de poder y control que el sentido común del gobernante,
aunque la víctima sea el fondo bibliográfico o el patrimonio
cultural.
Por cierto, ¿para
qué se necesita un ministerio de cultura?
Carlos Segade
Profesor del Centro Universitario
Villanueva