George Orwell es el seudónimo de
Eric Blair, un exalumno de Eton nacido en la India, introvertido y no muy
popular. De joven quería escribir y convertirse en escritor, pero él mismo se
autoconvenció de que su vida no debía dirigirse hacia ese derrotero. Con el tiempo, sin embargo, su
carácter y su vocación literaria le llevaron por el camino que años atrás había rechazado conscientemente.
Tras su experiencia como policía
del Imperio Británico, empleo que dejó voluntariamente, Eric Blair se veía a sí
mismo como un fracasado. De vuelta en Inglaterra trabajó de profesor y de
librero, pero el literato en ciernes no podía dejar de describir las cosas que veía, sin
pasarlas aún a papel, dejándolas solo en su cabeza, como cuando era pequeño y
se imaginaba personajes e historias en el ambiente solitario en el que pasó su
niñez.
A los treinta años, en 1934,
publicó su primera novela, Burmese Days (Los días de Birmania), nacida
de su experiencia en la administración del Imperio. Poco después, otra
experiencia fuerte en su vida, la visita a los barrios obreros de Lancashire y
Yorkshire en 1936, le hace escribir la crónica The Road to Wigan Pier (El
camino a Wigan Pier), que sería publicada al año siguiente.
A partir de ese año, 1936, según
confiesa él mismo en su ensayo de 1947 Why I write (Por qué escribo),
toda producción literaria seria que escribió desde entonces iba dirigida contra
el totalitarismo y a favor de un socialismo democrático, tal y como él lo
entendía, que no forzadamente coincidía con las propuestas del laborismo
británico del momento, tolerante con algunas posturas de la Unión Soviética
estalinista.
Orwell ofrece en ese ensayo las
cuatro razones que le llevaron a escribir, no sin cierta ironía. La primera es
por puro egoísmo, por aparecer como un tipo listo y poder vengarse de todos
aquellos que le ignoraron en el pasado; también por no renunciar a escribir después de
los treinta, edad en la que mucha gente empieza a perder sus ilusiones de
juventud. La segunda razón es el entusiasmo estético, la transmisión de la
percepción de la belleza del mundo que le rodea. La tercera es una razón de
tipo histórico, la de dar cuenta de la realidad circundante y dejar su
testimonio para la posteridad. Por último, una razón política, en el sentido
más amplio de la palabra, un deseo de empujar al mundo en la dirección que uno
ve más adecuada.
Este último punto es muy
importante para entender sus dos grandes relatos de crítica política: 1984
y Animal Farm (Rebelión en la granja). Orwell confiesa que desde
1936 se empeña en convertir la literatura política en un arte. Su punto de
partida no es elaborar una obra de arte en sí misma, sino denunciar la existencia de una
injusticia buscando y reivindicando la verdad. Pero
ese mensaje no le hace renunciar a tener una auténtica experiencia estética,
aun a sabiendas de que, por cumplir con este propósito, parte de sus escritos
pueden ser tachados de superfluos o irrelevantes por los políticos de turno.
Con respecto a Animal Farm Orwell reconoce que ese fue el primer libro
en el que intenta fusionar el fin político y artístico, y otro tanto intentará
hacer, nos anuncia en 1947, en otro libro que tiene planeado escribir pronto, en
clara referencia a 1984, publicado dos años después, en 1949, un año
antes de su muerte.
Orwell no es solo un visionario
de un futuro de pesadilla o un pintor de escenarios tenebrosos sino un buscador
de la verdad entre sus contemporáneos, alguien que avisa de que la falta de
respeto a la verdad actual pone en peligro uno de los bienes más preciados del
hombre: la libertad.
Tal vez, aventurando un poco,
fuese esa inquietud por la verdad la que le hace pedir, en vísperas de su muerte,
ser enterrado en el rito anglicano en el que había sido educado en su niñez.
Carlos Segade