Iglesias abarrotadas, hasta la bandera, con fieles casi fuera del templo, y no por guardar distancias pandémicas, que ya la gente pasa un poco, aun cuando vayan con mascarillas. ¿Qué ha pasado? Parecía que eso de vivir la Semana Santa era una cuestión olvidada como costumbre cristiana. Ahora la gente se va a la playa.

Sin embargo la salida de coches desde Madrid hacia el norte -N VI- era verdaderamente impresionante. Puestos a ir a la playa quizá mejor para el sur. Pero la verdad es que hay costumbres muy arraigadas en la gente normal de la calle: ir a las procesiones del pueblo o a los oficios de su parroquia natal. Algo así debe ser, aun cuando entendemos que también tire simplemente el terruño o ver a los abuelos.

Pero en Madrid se ha quedado mucha gente y el ambiente palpablemente cristiano de Semana Santa es muy llamativo, en la asistencia a los oficios y en el seguimiento de las procesiones. Hace 30 años había muy pocas procesiones y las que había eran réplica de otros lugares con más costumbre. Ahora resulta que hay muchas.

Aquí está pasando algo. Esto no eran las previsiones de los sociólogos racionalistas, más bien ateos, que “sabían que eso se acabaría”. Y no solo no se ha acabado, más bien ha crecido de modo exponencial y sorprendente. Vamos que, ahora mismo no es fácil plantearse “voy a ver todas las procesiones de Madrid”, porque no se llega.

¿Habla esto de un repunte? Es muy posible que el número de los que practican no haya variado demasiado. Incluso es posible que haya descendido, pero seguramente sí es más notorio que los que son lo son mucho más en serio. Seguramente se puede decir que en Madrid -por poner un ejemplo cercano- se vive una fe más auténtica y más extrovertida. Es posible que, de alguna manera, al creyente normalito de la calle le haya llegado la idea de que mola dar la cara.

Es un poco triste ir por la vida ocultando el tesoro, como si me lo fueran a robar, cuando la verdad es que es una joya que aumenta cuando se comparte. Posiblemente es lo que han intuido no pocos  fieles, de los de a pie, sin pretensiones de hacer nada espectacular, pero que le cuentan a la vecina que se van a los oficios de Semana Santa, tan campantes, tan contentos, y a la vecina, que se iba a quedar en casa viendo series, se le ocurre de pronto que ella también. Y se va, y se maravilla al ver a las multitudes. Hacía tiempo que no veía cosa igual.

Y entonces uno se da cuenta de que en el fondo, en el fondo, hay un poso importante de sensatez, que se había quedado enterrado bajo las series y los youtubes, pero que merece la pena vivir una vida un poquito más plena, más auténtica. Porque vivir la fe para muchos es como un reencuentro. De manera que, no sabemos si hay más cristianos o no, pero la realidad es que en estos días se han llenado las calles de quienes van a ver una procesión, de quien va a recorrer monumentos, de quienes van a los oficios.

Y eso por no preguntar sobre como son las cosas en Sevilla, en Córdoba o en Málaga, donde se nota mucho hasta qué punto las imágenes de la Dolorosa atrae a los corazones un poco cansados de ver la tele. O sea, que si no es que hay más cristianos lo que se es evidente es que los que hay se mueven más. No se esconden. Quizá ha habido épocas de más tendencia a ocultarse, a disimular, y ahora se encuentran muy a gusto en la calle cruzándose con gente que va a lo mismo. Eso se nota en la cara.

Ángel Cabrero Ugarte