¡Qué desfachatez!



            Verdaderamente
la novela histórica ha entrado en fase de desvarío o
sencillamente los autores están completamente desinhibidos. Lo que
empezó tímidamente con el Último
Catón
de Matilde Asensi o más
descaradamente con el Código Da
Vinci
de Dan Browm ha alcanzado su cenit con Eric
Frattini.


            Negar
la divinidad de Jesucristo, la historicidad de la Iglesia o la veracidad del
Nuevo Testamento con artilugios pseudos científicos, no dejan de ser
planteamientos que han sido expresados a lo largo de la historia.


            Lo
que resulta verdaderamente atrevido es mostrar a la Iglesia Católica
como una gran farsa dominada por unos hombres crueles sedientos de poder y
llenos de vanidad. Son millones los católicos a los que se ofende en lo
más profundo de sus creencias y de su propia vida. Presentar sacerdotes
asesinos que rezan antes de matar (pp.89-90), o a un Secretario de Estado
asesinando Papas (p.256), además de ser algo disparatado no resulta
creíble.


            Eric
Frattini, en su novela El Laberinto de
agua
, ha entrado en una dinámica de verdadera desfachatez, sin
más recato, ni el más mínimo pudor o respeto por los
demás. Una cosa es crear una novela de ficción y otra manipular,
insultar y calumniar. El resumen de la tesis de esta novela se condensa en la
afirmación: "Nadie cree en Roma" (p.63).


            El
pacto de confianza que se establece entre el autor y el lector de una novela
histórica, mediante el cual el autor recrea una época y
sitúa los personajes, de modo que la acción resulte
creíble, requiere mucha precisión histórica y honradez
intelectual. La teoría de la invención de la Iglesia en el
Concilio de Nicea y de que las Escrituras verdaderas se fabricaron por manos
ocultas preteriendo a otras  que supuestamente tendrían el
mismo valor, no se sostiene. Los Evangelios apócrifos, incluido el de
Judas son bien conocidos desde la antigüedad,  y nunca tuvieron en el pueblo cristiano
la consideración de Palabra de Dios. Desde luego la figura de Judas como
el elegido por Jesús ni tiene verisimilitud, ni tradición (p.149).


            Precisamente
las citas de S. Ireneo de Lyón en su Adversus haereses (No Irineo como se
empeña en decir el autor) muestran precisamente como la Regla de la fe
transmitida por los Apóstoles es constante hasta nuestros días.


            Primero
vino la predicación de Jesús, luego la de los Apóstoles y
después fue puesta por escrito. En una sociedad de analfabetos,
plenamente conscientes de estar delante de una Revelación divina, tiene
gran fuerza la tradición de los contenidos transmitidos de mano en mano.
Esto lo demuestra la nota de la literalidad de la Escritura que aparece en los
manuscritos conservados en diversas lenguas.


            Mientras
estos autores inventan y denigran con desfachatez, millones de cristianos del
mundo entero se empeñan a diario en vivir la caridad; amando a Dios y al
prójimo y poniendo en marcha miles de iniciativas para construir una
sociedad solidaria con una entrega generosa a los más necesitados:
asilos, orfanatos, hospitales, colegios, leproserías. ¡Merecen un
respeto!


 


José Carlos Martín de la Hoz


 


Eric FRATTINI, El laberinto de
agua
, ed. Espasa Calpe, Madrid 2009, 422 pp.