Uno de los
éxitos del "progresismo" es la tergiversación de la
semántica en beneficio propio. La propia palabra
"progresismo" está vacía de contenido y ya no
conceptualiza el gusto por el progreso o la relación con él.
El progresismo
(ser progresista) se refiere a aquella postura ideológica en virtud de
la cual una persona se adhiere inquebrantablemente a unos principios, que en
conjunto les llaman "progreso",
renunciando a la evidencia antropológica o científica y a la
realidad de las cosas, para así acoplar la realidad circundante a los
deseos utópicos de una sociedad colectivista, dirigida verticalmente,
donde no cabe la discrepancia y donde el hombre es el ser actual cuya
existencia se justifica por su utilidad.
Uno de esos
principios a los que todo progresista debe adherirse es el del aborto. Todo
progresista defiende (no sé si decir "cree") que el aborto
es un medio para la libertad humana según se entiende libertad en el
sentido progresista, o sea, voluntad desarraigada del ser antropológico
por la cual el deseo ideal prima sobre la realidad.
Es
inútil argumentar que el aborto no es progresista. Cualquier persona con
sentido común sabe que el aborto es la eliminación de un ser
humano y por tanto, al igual que los sacrificios humanos que se están
llevando a cabo en América como consecuencia del revival del indigenismo (que también es progresista), son
más bien cosas de un pasado superado por nuestra cultura occidental.
Sí, el
aborto es progresista igual que lo es la eutanasia. En definitiva porque ambos
son hijos del utilitarismo, pero no porque nos traigan progreso a la humanidad, como ha quedado dicho, sino porque cumplen
los requisitos de la ideología progresista: presentan al hombre en su
estado actual, dueño y señor de una circunstancia utópica.
El dirigente
progresista necesita súbditos ideológicos cuyo interés sea
solo actual, el hoy. El hombre cuyo arraigo se fundamenta en sus ancestros y en
los logros que ellos alcanzaron para él y que quiere dejar en herencia a sus
hijos un patrimonio cultural equivalente, es un hombre peligroso porque no
puede ser manipulado, porque prima el interés trascendente, o sea, el
dar a los demás, el dejar poso, al mero gusto de hoy. La vida, como
valor supremo, es la que permite entrar en este juego de herencias que uno
recibe y herencias que uno deja, precisamente el principio del progreso humano,
este sí verdadero progreso, el que nos ha hecho alcanzar
increíbles cotas de libertad y bienestar.
La
banalización de la vida es por tanto un paso necesario, disfrazado de
aborto o de "muerte digna",
otra manipulación lingüística. Al hombre hay que convencerlo
de que es capaz de dominar la
Naturaleza e igualarse a ella, decidiendo sobre la vida y la
muerte, el nacimiento de los niños y la muerte de los ancianos. De esta
forma se convencerá que solo importa el presente, que nada hubo antes
que él, que nada habrá después, que la herencia cultural
no es necesaria en un sistema dirigido verticalmente.
Es
inútil un debate sobre la cuestión del aborto. La adhesión
a la cultura de la muerte es un requisito imprescindible de la mente humana
para ser progresista, sin cuestionamientos, sin dudas. Es una apuesta por la
ideología frente a la realidad: es simplemente progresismo.
Carlos Segade
Profesor del Centro Universitario Villanueva
Para leer más:
Arquitectos de
la cultura de la muerte