El 11 de abril de 2019, Joseph Ratzinger, ya Papa Emérito, publicó un artículo en la prensa alemana bajo el título de La Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales. En él, Benedicto XVI trataba de explicar el origen de la pedofilia en la sociedad y en la Iglesia.
1. El autor comienza recordando el movimiento que tuvo su inicio en París, en mayo de 1968. Allí se pedía, entre otras cosas, una libertad sexual no sometida a normas. Han pasado los años y hemos podido ver cómo esa petición se hacía realidad con el divorcio, aborto, pornografía, relaciones sexuales indiscriminadas, rechazo del matrimonio y la paternidad, homosexualidad, transexualidad, etc... Lo que antes era marginal y aún escandaloso ahora se veía como un derecho a proteger por la sociedad y el Estado. Ahora el lema es "Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera".
Para los menores se pide la educación sexual desde las aulas que el Estado se compromete a facilitar de un modo neutro: explicando las posibilidades que ofrece la sexualidad a los menores sin contaminar esa información con principios morales que se consideran una imposición eclesiástica. Detrás de la información vienen las disposiciones que permiten a los jóvenes tener relaciones sexuales consentidas después de una cierta edad, acceder a los medios anticonceptivos, abortar e incluso solicitar el cambio de sexo sin interferencia de terceras personas, especialmente de sus padres.
En este caldo de cultivo se produce la eclosión del fenómeno de la pedofilia. Consiste ésta en aprovechar la indefensión de los menores para satisfacer la pulsión sexual de los adultos. Esta es especialmente grave cuando lo realizan personas que han podido tener una relación de confianza, como son los clérigos. "¿Cómo ha podido la pedofilia alcanzar tal dimensión?" -se pregunta el Papa Emérito. Él mismo responde: "La razón está en la ausencia de Dios... una sociedad de la que Dios está ausente... Dios se ha convertido en el asunto privado de una minoría... asunto de partido de unos grupúsculos que no puede convertirse en medida para toda la comunidad".
2. La revolución sexual había extendido su influencia a la Iglesia. En julio de 1968 -un mes después de los sucesos de París- vio la luz la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, sobre la regulación de la natalidad y los medios anticonceptivos artificiales, especialmente la píldora anticonceptiva. Salvo excepciones, la respuesta fue desde la indiferencia al rechazo. La tibieza de un cristianismo que se había convertido en sociológico no admitía principios radicales. Benedicto XVI denuncia que se había desmontado la Teología Moral para sustituirla por... nada. Para algunos teólogos y doctores de la Ley no existían prohibiciones morales absolutas, habría que acudir a la intención del sujeto que ha de presuponerse buena. Señala Ratzinger cómo no es más que la aplicación del principio "el fin justifica los medios".
Por otra parte, después del Concilio existía cierta confusión sobre la misión y formación de los sacerdotes. Ratzinger recuerda cómo la Santa Sede había ordenado por dos veces inspecciones en la seminarios de los Estados Unidos, en algunos de los cuales se habían formado clubs homosexuales. El Código de Derecho Canónico aprobado en tiempos de Juan XXIII era benigno y garantista por lo que las Diócesis no podían excluir a los consagrados que hubieran incurrido en el pecado de pedofilia. La misma Congregación del Clero -afirma el autor- no tenía esa facultad. Ratzinger era entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe que sí podía adoptar tal medida y Juan Pablo II acordó transferir la competencia judicial a esa Congregación. El Papa Emérito justifica la sanción con una palabras de Nuestro Señor Jesucristo: "Al que escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le atasen al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno y le arrojasen al mar" (Mc.9,41). El Señor relaciona la inocencia de los niños con el escándalo para su fe. "No hay lugar en la Iglesia -diría S.S. Juan Pablo II- para los que molestan a los niños".
3. El Papa Emérito se opone a las soluciones puramente humanas -organizativas- para los problemas de la Iglesia: "Tenemos que aprender, por encima de todo, a reconocer a Dios como fundamento de nuestra vida y no dejarlo a un lado como simple cháchara... reconocerlo como el punto central de nuestro pensar, hablar y obrar". Recuerda a Urs von Balthasar cuando decía que no hay que presuponer a Dios sino anteponerlo, y que la teología a menudo lo da por supuesto en vez de contemplarlo en su misterio, grandeza, santidad, amor, justicia y perdón, amor y paternidad para los hombres, providencia y respeto por nuestra libertad. Concluye Benedicto señalando cómo el demonio trata de denigrar la Creación de Dios y la Iglesia de Jesucristo presentándolos como intentos fallidos, pero que en la Iglesia se encuentran los medios para la salvación. En el campo de la Iglesia ha crecido la cizaña en medio del trigo -jamás se había dicho tan claramente- y las redes de Pedro arrastran peces buenos y malos, pero llegará un día en el que el padre de familia dará a cada uno su salario.
Pese a las apariencias -escribe el Emérito- hay en la Iglesia testigos comprometidos a través de sus vidas y sus sufrimientos. Más allá de los escándalos que puedan producirse y publicitarse, los cristianos han de buscar a esos maestros y seguirlos.
S.S. Benedicto XVI, La Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales. Revista Paraula, 2019.
Juan Ignacio Encabo