Recuerdos de una infancia

 

Jesús Montiel, después de los libros estupendos que ha ido publicando, nos presenta en el último, “El niño que he sido”, una visión bastante distinta a lo que leíamos en los anteriores. Cuando un escritor, más aún si es poeta, escribe un libro muy pendiente de lo que ve, está poniendo en verso o en prosa su experiencia. Montiel es muy poeta y su prosa es rica en descripciones y, sin duda, manifestación de sentimientos y de admiraciones.

Cuando el autor escribe sobre sus recuerdos de niño está, como es lógico, hurgando en su memoria y transmitiendo sus sentimientos infantiles. Me parece que cuando el adulto se recrea en recuerdos, con comentarios entre los hermanos o recordando con los padres, tiene un riesgo grande de magnificar. Siempre tiendes a subrayar los sucesos, es decir a darles una entidad que probablemente no tuvieron en su momento.

Pero los recuerdos, en la medida en que existen, se hacen grandes. Hay infinidad de sucesos de la infancia que no han quedado en la memoria, o quedan bastante difusos. O nos llegan a través de lo que nos quieren contar nuestros hermanos, que, como tienen otras edades, narran sucesos que el escritor no recuerda. O sea, la realidad que se cuenta años después tiende más a la creatividad pendiente, con más o menos consistencia, de hechos lejanos.

Este último libro de Montiel resulta un tanto triste, como si su vida de infante hubiera sido un dechado de sustos e incomprensiones. Nos muestra a un niño retraído y asustado, lo cual puede tener un porcentaje de realidad pequeño, porque es poco probable que fuera escribiendo un diario desde aquellos años.

Me sorprende que lo poquito que hay en sus recuerdos de temas religiosos sean pesimistas. La forma en que le explicaron las verdades de fe es grosera, antipática, poco convincente. Me resulta curioso que no tenga ninguna experiencia bonita, atrayente. Y lo digo porque en los años en que él recibió el catecismo o las clases de religión en el cole, los profesores que no entendían lo importante de la fe ya se habían ido muy lejos. Los años 70 fueron de dispersión, de abandono de muchos que fueron cristianos, frailes, sacerdotes y laicos. Como si en aquellas épocas no se viera ya muy bien esa materia.

Precisamente por eso, los que se quedaron fueron los convencidos. Cuánta gente buena dispuesta a manifestar su fe. Pero parece que Jesús Montiel tuvo mala suerte, porque nos da una imagen fea, antipática, de sus clases de religión. Podríamos incluso pensar en que se está poniendo al nivel crítico de tantos autores que cuando hablan de religión siempre es para burlarse o criticar.

No cuadra; lo poco que se dice de religión en este libro es crítico. No hay ningún otro momento de sentido trascendente, ningún momento de la infancia del autor en que se descubra la vida de fe de él o de su familia. Y cuando surge algo es para criticar.

He de decir que por lo que conozco del autor, creo que he leído todos sus libros, y he tenido una tertulia estupenda con él, no me pega este trasfondo tan carente de algo que se acerque a Dios.

Ángel Cabrero Ugarte

Jesús Montiel, El niño que he sido, Pre-Textos 2024