Relativismo político

Los partidos políticos están

haciendo constantemente el ridículo. Ahora son los basureros de desecho

nuclear. Antes fue la ley del agua. Y así con otros muchos temas. No tienen

criterio. Deben gobernar, servir a la sociedad, pero no saben lo que deben

hacer, ni les interesa. ¿Es conveniente poner un basurero nuclear en este

término municipal? No han investigado ni se han hecho un planteamiento

medianamente científico. Si lo hubieran hecho tendrían algo que decir a los

ciudadanos, que tienen derecho a saber.

 

Pero no van a investigar nada.

Sólo les interesa una cosa: los votos. Alguien pensará que les interesa el bien

de los habitantes del lugar. Pero no es verdad. Tantean para ver la reacción

del potencial votante, eso es todo.

 

El relativismo político es una

consecuencia de un relativismo trascendente que domina el pensamiento de muchos

teóricos. ¿Qué es eso de la Verdad? La verdad absoluta no se encuentra en

ninguna parte. Se niega el ser. No se pretende que la verdad del otro sea más o

menos cierta que la mía, simplemente no se tiene en cuenta como verdad si no

como opinión.

 

En un entramado tan endeble

del debate humano, lo único que preocupa es la actitud: la tolerancia, el consenso;

pero no se dan cuenta del absurdo de un debate sin posibilidad de verdad.

Tolerar a alguien significa que estoy dispuesto siempre a respetarle como

persona, piense como piense. Pero sus opiniones no tengo por qué tolerarlas. No

puedo admitir la falta de libertad típica del Islam aunque tenga un amigo

musulmán a quien respeto. No me da lo mismo la libertad que la esclavitud. Hay

realidades buenas y malas.

 

Ese relativismo último tiene

una repercusión en la vida y desde luego en la política. Ciertamente hay

decisiones que son relativas: pueden cambiar con el tiempo, con las costumbres,

con los descubrimientos en la ciencia. Pero hay decisiones morales que son

absolutas: el aborto o es bueno o es malo. No depende de las circunstancias. Y la

vida no puede depender de la libertad.

 

El celebre diálogo entre

Ratzinger y Habermas (
href="http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=5073">Ed. Encuentro,

2006), en torno a si el Estado puede crear sus leyes sin tener en cuenta

una ley anterior, contribuyó a un ejercicio de pensamiento útil para el pensador

y para el político: al final no queda más remedio que aceptar que por encima de

las leyes positivas están las concepciones de la razón práctica que son

universales, lo que podemos llamar Ley Natural. Todo el mundo sabe que no se

puede matar. Dejar esas decisiones en manos del número de votos es destrozar la

naturaleza del hombre, y la naturaleza, tarde o temprano se venga.

 

Pero el político no quiere

admitir un poder superior al suyo. Admitir la verdad sería negar el valor
style='mso-bidi-font-style:normal'>sagrado del voto, sería admitir una

autoridad sobre ellos, y rechazan cualquier debate sobre los argumentos que

puedan aportar los no políticos, desde un ámbito científico o religioso. Una

vez más se confunde la autóritas

con la potestas.

Su afán de poder y su miedo a la libertad de los demás les lleva

a rechazar cualquier autoridad que les puede advertir sobre lo que está bien y

lo que está mal.

 

 

Ángel Cabrero Ugarte

Profesor del C. U.

Villanueva