Más sobre el tiempo. Salió la cuestión del egoísmo de “mi tiempo” y también el tiempo perdido con los móviles y similares. Pero siguiendo con esta problemática querría incidir en los retrasos. O sea, uno queda con un amigo a las 8 de la tarde para tomar algo en el bar de la esquina y llega a las 8:30. A veces se excusa, a veces no dice nada. Si es reincidente, sonríe como quien lo está intentando pero no lo consigue.
El retrasado nunca llega tarde para coger un avión. Tampoco si le requiere el jefe para un asunto de trabajo de cierta entidad. O sea, no es que tenga mal el reloj. No es que tenga mal la cabeza -aunque esto último habría que comprobarlo-, no es una imposibilidad metafísica en su vida. Es una cuestión de prioridades. Normalmente el impuntual se siente importante.
Hay un planteamiento de fondo sobre la importancia de la cita, hay un convencimiento de que “tengo mucho que hacer”, no hay normalmente una decisión formal de retrasarse, es más bien un deseo de hacer más cosas de las que puedes, en ese momento. Debería haberlo dejado para mañana, y acudir a la cita con su amigo, pero de un modo inconsciente, sigue con lo suyo. En ningún momento se ha planteado “voy a llegar tarde porque me importa un pito este amigo”.
De manera que a veces se nos ocurre que se lo tendría que ver el psicólogo. O el psiquiatra. O quizá alguien debería explicarle lo que es el respeto o, también, lo que es la amistad. Este sí sería un buen tema. Aunque lo sería si solo llegara tarde a las citas con los amigos, pero la realidad es que hace esperar a su querida esposa, ya no te digo a los hijos que le han pedido que les ayude en los estudios, o al vecino que quiere verle para un asunto técnico.
Llega tarde, hace esperar. Su mujer es una santa porque si no fuera una santa no sería ya su mujer. ¿Sólo hombres? Tengo experiencia sobrada con ellas. “Oiga que a qué hora puedo ir a hablar con usted. A las 7. Ah, muy bien”. Organizo todo para irme al confesionario y llego a las 7 en punto. A las 7:20 tengo que poner un wasap. “Ah, perdón ya estoy llegando”… dice la retrasada, aunque de tonta no tiene un pelo.
Es cuestión de respeto, veíamos. Por lo tanto coincide, de alguna manera, con lo dicho del complejo de superioridad. Faltar al respeto es ir a lo mío sin fijarme demasiado en que trato con personas a quienes debo cariño, sea quien sea, por lo menos desde un punto de vista netamente cristiano. Caridad, respeto, afán de ayudar, de dar buen ejemplo… El retrasado no sabe demasiado de todo esto, o al menos no ha hecho una reflexión sobre lo que significan los demás en su vida.
“En Occidente -decía Santa Teresa de Calcuta- tendemos a movernos en función del beneficio; todo lo medimos según los resultados y vivimos cautivos de un afán de ser más y más activos, para producir más resultados. En Oriente, en mi opinión, especialmente en la India, la gente se contenta con ser, con estar sentado bajo una higuera de Bengala la mitad del día, conversando con otras personas. Probablemente nosotros, los occidentales, lo consideraríamos una pérdida de tiempo. Pero eso tiene un valor. Estar con alguien, escucharle sin mirar el reloj y sin esperar resultados nos enseña algo sobre el amor.”
Mi tiempo para los demás… ¿lo aprenderemos?
Ángel Cabrero Ugarte