Me encontraba una vez visitando una iglesia muy querida para mi, un templo en el camino de Santiago que es Monumento Nacional, en Castroverde (Lugo). Lo mandó construir un Obispo que lo fue de Puebla de los Ángeles, México, en tiempos de la colonía y que había vuelto a España a pasar sus últimos años. Me encontraba visitado el templo cuando entró el párroco acompañando a un matrimonio; estábamos solo ellos y yo por lo que se podía escuchar perfectamente lo que hablaban. En un momento, el marido comentó algo así como que si desapareciese el papa Juan Pablo II los sacerdotes se podrían casar. En esta vida es difícil que nada te sorprenda, pero aquello me pareció una estupidez y también una blasfemia, especular con la muerte del Papa y suponer lo que haría su sucesor. El párroco, muy prudente, no contestó.
En la estupenda conferencia que pronunció el que sería sucesor de san Juan Pablo II, el cardenal Ratzinger, en mayo de 1998 sobre Los movimientos eclesiales y su colocación teológica, se menciona la cuestión del celibato. El cardenal recuerda la distinción entre lo institucional y lo carismático en la Iglesia y señala como lo institucional se apoya sobre el sacramento del orden: Obispos, presbíteros y diáconos. Explica Ratzinger que lo institucional es también carismático, vocacional. No se trata de que la Iglesia designe funcionarios a su servicio sino que es Dios el que llama -algo que conocemos como vocación- y que a la Iglesia corresponde comprobar que el candidato tiene esa llamada de Dios e impartirle el sacramento del orden y una misión eclesial. "La Iglesia -explica el cardenal- no puede por si misma designar funcionarios, sino esperar a los candidatos llamados por Dios". Recuerda la petición de Nuestro Señor Jesucristo a sus Apóstoles: "La mies es mucha y los trabajadores pocos, ¡rogad al dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies!" (Mt.9, 37-38).
"La pretensión -continúa el conferenciante- de separar sacerdocio y celibato se apoya, en definitiva, sobre la idea de que el sacerdote no debe ser considerado carismáticamente [vocacionalmente], sino como un oficio que la institución puede designar" (pág.6), e insiste: "La Iglesia no debe poner en primer plano el número reduciendo las exigencias espirituales" (pág.7), para concluir que "la experiencia profesional o la competencia funcional no son suficientes en sí mismas: es necesario el don del Señor" (pág.9). Ratzinger habla de algo que denomina estructuras de emergencia y que son aquellos ministerios encomentados a laicos o religiosos no ordenados para suplir la falta de sacerdotes, el cardenal los designa también como líderes espirituales; estos no pueden suplir la actuación sacramental del sacerdote ni permiten descuidar la oración por las vocaciones al sacerdocio (pág.7).
Últimamente se ha hablado de ordenar a hombres casados para atender las comunidades sin sacerdote. Ratzinger, que como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe estaba ya al tanto de esas teorías, afirma que si la Iglesia lo hiciese "tergiversaría el sentido mismo del sacerdocio; un servicio desarrollado pobremente -añade- hace más daño que bien. Detiene la marcha del sacerdocio y de la fe". Anima a "hacer todo lo posible para ayudar a los llamados al sacerdocio a preservar su fe más allá del entusiaso inicial y a no caer en la rutina; a ser cada día más verdaderos hombres espirituales" (pág.7).
Es curioso, añadía Benedicto ya como Pontífice, que cuando nadie se quiere casar sean los sacerdotes los que tienen que hacerlo (Gänswein).
Juan Ignacio Encabo Balbín
Ratzinger, Joseph, Los movimientos eclesiales y su colocación teológica, Conferencia el 27-5-1998.
Gänswein, George, Nada más que la verdad, Desclée de Brouwer, 2023.