Tenía un aspecto muy juvenil, pelo muy largo -modelo pandemia- y le pregunté si vivía con sus padres. Con una sonrisa divertida me enseñó el anillo y me dijo, estoy casado. En medio de tanta confusión como existe hoy para expresar los diversos modos de arrejuntamientos, oír, así de claro y deslumbrante, estoy casado, me produjo una gran alegría. Añadió el muchacho: mi mujer está embarazada.
Hoy en día esto no es fácil de encontrar, por desgracia. Un porcentaje bastante alto de los que se acercan a la parroquia para prepararse para el matrimonio llevan ya años conviviendo. Y esos son los que deciden, al fin, casarse por la Iglesia.
A este respecto el nuevo libro de Scott Hahn –“La primera sociedad”- me ha parecido clarividente. Desde su punto de vista de experto en Sagrada Escritura -sin olvidar su condición de padre de familia numerosa- parte de una idea muy patente en el Antiguo Testamento: la base de la paz social está en la familia, como primera sociedad, apoyada en el matrimonio estable. Sin estabilidad en el matrimonio la sociedad está troceada, desecha.
“Cada individuo pertenecía a una familia, formada por varias generaciones que vivían juntas. Cada familia pertenecía a un clan, que compartía un antepasado común. Y cada clan pertenecía a una tribu que descendía de los doce hijos de Jacob del libro del Génesis. Este era el principio organizativo de la vida. Estar fuera de este sistema -es decir, carecer de vínculos familiares- equivalía en la práctica a no ser nadie” (p. 79). Era una seguridad, y eso aun teniendo en cuenta que se admitía el repudio y el divorcio.
Sabiendo que hoy apenas hay alguna legislación civil que impida el divorcio, que se admite, sin más, la convivencia de no casados, que hasta en las iglesias cristianas no católicas también se admite el matrimonio a prueba -ortodoxos- el divorcio o cosas parecidas -en las protestantes-, no es raro que haya mucha gente, sobre todo jóvenes, que no les cabe en la cabeza la idea de indisolubilidad. Es muy complicado explicar, incluso a muchachos de misa dominical fija, de devoción cristiana diaria, que el matrimonio no se termina nunca.
“La adopción del mantra de la libertad en el sexo y el matrimonio ha generado (por enumerar únicamente algunas consecuencias) la proliferación de las rupturas familiares, la normalización de la pornografía, la aceptación de toda clase de actos y deseos desordenados y un profundo sentimiento de alienación y soledad que se apodera de modo especial de las comunidades más jóvenes y frágiles” (p. 106). Es un tono social, es lo que se vive en Occidente, y lo que desconcierta a gentes venidas de países africanos, por ejemplo, con unas tradiciones familiares totalmente distintas, naturalmente más correctas.
Hay que abundar, hay que explicar, hay que ayudar a los casados, de todas las edades, porque las circunstancias sociales son más complicadas. Y es necesario hacer ver que el matrimonio es un sacramento, que los cristianos necesitamos de los sacramentos, la Eucaristía, la Penitencia, de un modo habitual. El matrimonio una sola vez en la vida, pero que aporta, como tal sacramento que es, la gracia para fortalecer a los esposos.
La solución para tantos problemas en las familias es la ayuda de la gracia, que nos llega por los sacramentos. No podemos olvidarlo nunca.
Ángel Cabrero Ugarte
Scott Hahn, La primera sociedad, Rialp 2019