Hace unos días don José Luis González Gullón, el célebre historiador romano del Opus Dei, me remitía su último e impresionante texto acerca de la historia general del Opus Dei que, por tanto, abarca desde 1928 hasta nuestros días, por si deseaba hacerle alguna observación.
Después de leer detenidamente aquellas páginas, me animé a sugerirle solamente dos cosas. La primera que, al versar ese trabajo sobre la historia general del Opus Dei, debería hacerse eco de aquella afirmación tan conocida de san Josemaría, cuando afirmaba que era “la historia de la Obra era la historia de las misericordias de Dios”, por tanto, debería hacer más referencias tanto explícitas como implícitas a la constante actuación del Espíritu Santo.
La historia de la Obra, como la historia de nuestra alma, consiste en constatar la acción del Espíritu Santo en nuestras almas, sus gracias y nuestras respuestas, más que el ir y venir, en el trajín de unas cuantas vidas.
En segundo lugar, en el colmo de mi atrevimiento, le sugerí la posibilidad de añadir de un modo más claro que la tarea que Dios descargó sobre los hombros de nuestro padre y de sus sucesores claramente les desbordaba, pues era pedirle a él y a nosotros, hombres corrientes, sacar adelante una obra de Dios.
Hace unos días investigando sobre la necesidad de los milagros, encontré un texto de Tomas de Vio Cayetano en las Quoadlibetales 2, q. 6, en el corpus, donde afirmaba que Dios tienes tres maneras de fortalecer el alma del creyente en la fe. La primera, interior por la remoción del alma y aporta ese texto conmovedor; “Nadie viene a mí si el Padre no le atrae” (Io 6, 44). La segunda, por la predicación de la Iglesia, según aquello de Romanos: “fides ex auditu” (Rom 10, 17); como la conversión de santa Tecla a través de la ventana. Finalmente, a través de los milagros; verdaderos signos para sostener la fe de los fieles (1 Cor 14,22). La conclusión final de Cayetano era esta: si faltan los milagros, siempre estarán las acciones internas y externas de Dios.
Por tanto, la virtud más importante de san Josemaría, por un don de Dios, se llama fe y vida de fe. De hecho. para él la fe en Dios y en que la Obra se realizaría era sencillamente una manifestación de la vida de fe: aceptar un don de Dios, la Obra, como una confianza de Dios.
Como afirmaban los mayores del Opus Dei cuando vieron a Ismael Sánchez Bella, dejar Argentina y dirigirse a la Comunidad Foral y antiguo reino de Navarra, a poner en marcha una universidad, comentaban: Ismael es suficientemente inteligente para darse cuentas de que eso es imposible, pero suficientemente santo para dejar a Dios actuar y que se produzca un milagro.
Así pues, el Opus Dei de entonces y de ahora, es y será siempre una prueba de confianza de Dios con nosotros, con cada uno de nosotros. Lo que implica necesariamente, actuar como sugería san Agustín: “Tratemos santamente las cosas santas”.
José Carlos Martín de la Hoz