Hace unos días en un encuentro con jóvenes de Aluche y otras localidades del sur de Madrid me preguntaban sobre qué les diría hoy san Josemaría a los jóvenes, es decir, a los jóvenes del siglo XXI. La respuesta brotó enseguida: merece la pena estar en relación personal con san Josemaría porque su mensaje sigue siendo actual, pues se trata del santo de lo ordinario como le denominó san Juan Pablo II. Es decir, puede ser un maestro que les enseñe un camino para ser felices en esta vida y en la otra.
Me venía a la cabeza la conversación que tuvo un padre con sus tres hijos en Antequera (Málaga) en noviembre de 1972. Acababa de regresar de una tertulia con san Josemaría en una casa de retiros del Opus Dei en Jerez de la Frontera (Cádiz), Pozoalbero, y les animaba a acudir a un encuentro con otros jóvenes en el mismo lugar. Como hay que irse al cielo, les decía, y, a la vez, hay que ganarse la vida y trabajar mucho, escuchar a este sacerdote os hará mucho bien; será sin duda un buen negocio. Desde luego, añadía, el negocio es redondo; ser santos a través del trabajo profesional es “matar dos pájaros de un tiro”.
Hemos nacido para enamorarnos de Jesucristo y difundir su vida y su mensaje por toda la tierra, así que, lo primero que tenemos que hacer es descubrir el itinerario de santidad que le marcaba el 29 de mayo de 1932, san Josemaría a un joven estudiante de arquitectura, Ricardo Fernández Vallespín cuando le escribió con letras vigorosas en la primera página de un libro estas palabras: “que busques a Cristo, que trates a Cristo, que ames a Cristo”. No nos olvidemos que la relación con Cristo es fe, pero también es historia, marca para toda la vida.
En efecto, san Josemaría era un hombre que atraía mucho porque sencillamente vivía lo que decía. Estaba enamorado de Jesucristo y enseñaba a amar a quienes se acercaban a él. Por eso san Juan Pablo II en la Plaza de san Pedro el día de la beatificación de san Josemaría, el 17 de mayo de 1992 decía de él que era un hombre “fascinado por Jesucristo”.
Lo más interesante para nosotros es que san Josemaría no vivía y predicaba una espiritualidad para laicos sino una espiritualidad laical y secular. Es decir, que esa intimidad con Jesucristo la alcanzó mediante un trato habitual a lo largo de la vida a través de la santificación de las tareas ordinarias de cada día. Comenzar y recomenzar solía decir.
Precisamente, ya lo decía en el siglo IV San Gregorio de Nisa, en su tratado sobre la santidad, cuando afirmaba que a los cristianos corrientes les costaba llegar a la santidad porque sencillamente eran inconstantes, por eso les recomendaba vivamente la conversión permanente del alma.
Antes de concluir debemos recordar que en el mensaje del fundador del Opus Dei se esconde una joya muy atractiva que es el amor a la libertad, pues sin libertad no se puede vivir y no se puede amar de modo renovado y siempre joven. El nervio de su espiritualidad laical y secular radicaba ahí, pues el hombre da gloria a Dios con el ejercicio de su libertad
José Carlos Martín de la Hoz