A pesar de que en la liturgia nos lo recuerdan habitualmente, la idea de que estamos llamados a la santidad todos los cristianos, es bastante desconocida o, al menos, muy poco entendida. Solo en algunos ambientes de especial espiritualidad se plantea que todos podemos ser santos y que tenemos los medios para serlo.
Qué supone buscar la santidad y saber cuáles son los medios es ya un paso más. Qué es lo que nos lleva a Dios, lo que consigue que busquemos “amar a Dios sobre todas las cosas”, es algo natural, habitual entre los cristianos verdaderamente practicantes: la oración y los sacramentos son imprescindibles en nuestra vida si de verdad nos planteamos ser santos. La devoción eucarística, el empeño por participar en la Santa Misa con frecuencia, y la confesión frecuente, son medios bien conocidos por cualquier cristiano implicado.
Hay más despiste en lo que se refiere a la oración. Podemos decir, casi con seguridad, que todas aquellas personas que frecuentan los sacramentos, misa y confesión, tienen una cierta facilidad para rezar, para pedir. Especialmente en la celebración eucarística y en las visitas a Jesús sacramentado en la iglesia, fácilmente pedimos: por el Papa, por la Iglesia, por mi familia, por ese amigo que tiene un problemón, y tantas otras cosas.
Pero el problema bastante habitual es encontrar personas, cristianas, practicantes, buenos padres, buenos hijos, que sepan hacer oración. Si, efectivamente, no es lo mismo rezar que hacer oración. Rezan un rosario -especialmente en el mes de mayo-, tienen devoción a la Virgen -con especial énfasis en la patrona del lugar, como es lógico-, rezan un responso por sus difuntos, rezan con los niños al acostarlos. Pero no saben hacer oración.
Orar es hablar con Dios. Diálogo afectuoso, cercano, en donde le expongo mis dificultades, mis buenos deseos, mi arrepentimiento por lo que le he ofendido… Y Él nos habla. En esos ratos de diálogo, de meditación, somos más conscientes de que debo luchar mejor en esto o en lo otro… porque Él me ilumina. Me habla Dios iluminando mi entendimiento. Descubrimos aspectos en los que no habíamos pensado. Esa es la meditación de los santos.
“¿Santo, sin oración?... -No creo en esa santidad” (Camino 107), nos dice San Josemaría. Y si investigamos un poco nos damos cuenta enseguida de que los santos han tenido habituales momentos de trato personal con Dios. Por eso es importante informarse bien sobre qué es eso de hacer oración: oración mental, meditación, hablar con Dios, y, por lo tanto, ser capaz de escuchar a Dios. “La actitud contemplativa de meditación supone un recogimiento que facilite mi escucha”[1]. No es cuestión sencilla y hace falta un esfuerzo, poner los medios: silencio, quitarse de en medio, un horario adecuado.
Por lo tanto, no es camino de santidad las oraciones si no la oración. Acudir a Dios para pedir es buena práctica, pero si solo “nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”, el asunto termina en un cierto egoísmo. Y la meditación es justo lo contrario. Es un deseo de acercarnos a Dios, un deseo de santidad. No hay santos sin oración, porque la experiencia de cada uno es que el egoísmo se mete por todas las ranuras, y, por lo tanto, solo nos acercamos a Él de verdad cuando hay un deseo sincero de amarle más cada día, de ser santo.
Ángel Cabrero Ugarte
[1] Ángel Cabrero Ugarte, Iniciando en la oración, Cobel Ediciones 2023, p. 27