Ayer,
en una tertulia de sobremesa, estábamos una veterana escritora, un joven
editor y su novia y tres profesores universitarios. En un momento determinado
de la charla, al joven editor se le ocurrió preguntarnos qué autores
españoles contemporáneos escriben con alta calidad literaria. El
silencio fue absoluto. Nos quedamos pensativos y solo al cabo de un rato la
escritora dio un nombre amigo que seguro que rellenaba el hueco dejado por
nuestro silencio.
Uno,
solo uno. El lector de esta página podrá pensar que le tomo el
pelo. Con las buenas historias que se venden como churros por ahí, con
los éxitos de la feria del libro, con los superventas de premios
previamente concertados y con premios hechos de encargo, ¡cómo
puedo decir que en España no hay calidad literaria! Pues resulta que no,
algunas son buenas historias, pero mal contadas. Haga usted un breve ejercicio
mental: quite de su tienda habitual a los extranjeros, a las reediciones
(algunas memorables, eso sí) de autores españoles ya fallecidos,
a los premios de ínfima calidad, a los libros editados tras los estrenos
de películas, los libros de autoayuda o pseudociencia
y quitemos el ensayo histórico y los libros histriónicos de
locutores de radio. Segundo paso, ahora dígame
cuántos autores españoles, vivos, con algo que decir y con alta
calidad literaria quedan sobre la mesa.
Efectivamente…ninguno.
Uno
de los problemas que tiene el mercado editorial es que los intereses de una
parte, la editorial, y los de la otra, el escritor, son normalmente
contrapuestos. No es que me quiera mover en el idealismo bohemio y pedante de
la ensoñación literaria, es que es la realidad. El escritor
necesita un proceso de maduración, necesita escribir con tiempo, sin
plazos establecidos para cubrir el hueco de la temporada, necesita obras de
inmadurez para que haya obras de madurez. Pero el mercado es lo que es y ese
juego de la paciencia no es rentable.
En
esa tertulia, sin embargo, salieron nombres de autores que a fuerza de tener que
escribir por contrato editorial su calidad, en vez de mejorar, ha decaído.
A los talentos, a aquellos jóvenes y no tan jóvenes que escriben
libros con fuerza propia se les agota en un par de temporadas. A veces se
quedan en la mera urdimbre de una historia, pero las narraciones son
pésimas. A veces las narraciones son magníficas, pero los
diálogos no son creíbles. El abono es bueno para las plantas,
pero un exceso las quema. Con los escritores pasa lo mismo: para ser escritor
hay que publicar, pero un libro al año quema. No es extraño
encontrar algunos que crean dos libros al mismo tiempo, uno para publicar ese
año y otro para publicar dentro de varios años, cuando lo acaben.
Ese es el bueno.
Solo
me cabe a mí esperar a que aparezca ese autor que me fascine.
Podré publicar un anuncio en su busca: se necesita escritor
español, vivo, buen contador de buenas historias, sueldo variable, lugar
en la historia asegurado.
Carlos Segade
Profesor del Centro Universitario Villanueva.