Hoy he cogido un tren
Hoy he cogido un tren. Un tren de verdad, físico, como los que mi sobrino ve en todas partes, y como podéis intuir, los adora hasta límites insospechados. El tren iba dirección Zúrich, pasando por Steinhausen, Knoau, y tantos otros pueblos, de nombres impronunciables, y entre unos paisajes blancos que me rodeaban a derecha e izquierda. Hoy he cogido un tren y he querido que no terminara nunca.
Hoy he cogido un tren, y con las prisas, no he podido coger El idiota, de Dostoyevsky, libro que me estoy leyendo, y poder así disfrutar un poquitín más del viaje. Sin internet ni música en el móvil, sin poder escuchar a The Decemberists, y como podéis entreleer, sin nadie que me acompañase, no me quedaba otra (y qué bien) que pensar, observar, aprovechar para rezar algo y por qué no, escribir, ya que a menudo la vida es más bonita cuando la escribes.
Hoy he cogido un tren y a mi izquierda, se ha sentado una señora mayor, de buen ver, que vestía un jersey de cuello vuelto rosado y un pantalón negro, elegante. Mujer que llevaba unos pendientes a juego con sus mejillas y que leía un libro, en alemán por supuesto, y de la que le colgaba una cruz del cuello. Me ha dado por pensar (ella no lo sabía) qué será de mi con su edad, dónde estaré, qué libros leeré, qué haré un domingo por la tarde, y si seguiré escribiendo. Tenía alguna que otra arruga, pero su rostro respiraba, y no por el buen olor de su perfume, tranquilidad, sinceridad y felicidad, algo que no lo veo todos los días y algo que me ha llamado la atención. Como seguramente ella no me lea nunca, confieso que me ha dado envidia. Me he preguntado, y me moría de ganas de preguntárselo a ella, qué había sido de sus días, de sus horas, cuántas veces le habían roto corazón (aunque estoy seguro que ella ha roto más), y en definitiva, quién había en su vida, que hacía que su rostro dijera tantas cosas.
Hoy he cogido un tren y me he dado cuenta de que las cruces son bonitas, y que hay que aceptarlas. Me he dado cuenta también de que en las vías, como en la vida, el camino es mejor con piedras, pues hacen que no te separes de él, a pesar de las buenas o no tan buenas vistas. Me he dado cuenta de que hay que tener el valor de volver para mirar, para saberte mirado.
Hoy he cogido un tren y me he he dado cuenta, al mirar a alguna montaña de los Alpes y poder ver solo una cruz allí arriba en la inmensidad del cielo y de la tierra, -créeme que solo he podido ver eso- que en mi día a día, ya, ahora, y dentro de cincuenta años, en mi cumbre siempre habrá una cruz. Al mirar también allí arriba, me he dado cuenta del valor de la espera, pues una montaña no se sube en dos días. Esperar no es perder el tiempo, es ganar, mucho más de lo que nos podemos imaginar.
Hoy he cogido un tren y me he dado cuenta de que me queda tanto, tanto por aprender y por conocer, tantos trenes que coger, que no puedo dejarme llevar por la tristeza, que atrofia el corazón y que te hace perder el tiempo, tiempo que nunca vuelve. Me he dado cuenta de que prometer para mañana vale menos que intentarlo hoy. Me he he dado cuenta también de que los trenes no solo pasan una vez en la vida y de que algunas veces, aunque no lo veamos claro, tenemos que subirnos aunque no tengamos billete, pues ya lo compraremos dentro.
Hoy he cogido un tren y me he dado cuenta de que el corazón no lo puedes tener en la mano, a la vista y sacudida de cualquiera, y que el mejor lugar para dejarlo es a los pies de la Cruz, y una vez allí, compartirlo. Me he dado cuenta también de que las cosas hermosas no buscan llamar la atención.
Hoy he cogido un tren y ya lo has leído, quizás mañana coja otro.
Francisco Javier Roca Ibáñez (2º de Periodismo y Relaciones Internacionales).