Afrontamos unos días de descanso, de búsqueda de riqueza espiritual, de acompañar a Jesucristo en su Pasión y su Muerte y, poder así, renacer gozosamente con Él en la maravillosa noticia de la resurrección: ¡Cristo vive!
Unos días de vacaciones para poder vivir intensamente una semana que la tradición de la Iglesia llama santa. Necesitamos esos tiempos para remansar, para serenar el alma y acceder a la oración y, además, gozar de la conversación pausada tanto familiar, como con los próximos, con los amigos.
Volvamos nuestros ojos a los Padres de la Iglesia, para que nos enseñen a meditar las Escrituras. Precisamente, el autor del libro de la Epístola a Diogneto, en el año 120, nos recuerda que "igual que es el alma para el cuerpo, así son los cristianos para la sociedad" (n.5). Por tanto, siguiendo consejo tan antiguo, hemos pues de ayudar a subir el nivel espiritual y de la verdadera preocupación por la felicidad de los demás.
Y añade, poco después, en un texto cargado de significado: "Como un rey podría enviar a su hijo que es rey; Él le envió como enviando a Dios; le envió a Él como un hombre a los hombres". Es muy interesante caer en la cuenta cómo los primeros cristianos, con una teología incipiente pero clara, creían en la divinidad de Jesucristo y en su humanidad, lo que en el Concilio de Calcedonia (451) se denominó unión hipostática. Es significativo que san Agustín emplee la expresión, que tomó el Concilio, “en ambas naturalezas”, y es que en Jesús, la unión de lo humano y de lo divino permite que la totalidad de las naturalezas se halle en él, unida a su persona:
Además, la epístola a Diogneto añade algo muy natural, que hoy día conviene resaltar, como es la libertad: "Le envió como Salvador, usando persuasión, no fuerza; porque la violencia no es atributo de Dios"" (Epístola 7, 2-4).
Por eso, la Epístola, añadirá, finalmente: "¿De qué gozo piensas que serás colmado, o cómo amarás a Aquél que te amó a ti antes?" (Epístola 10,2). Esta es la maravilla de la Semana Santa, comprobar como Jesucristo Redentor nos ha amado primero, ha tomado la iniciativa y ha cargado con nuestros pecados y ha ido resueltamente a redimirnos al árbol de la cruz.
Es más, como, pocos años después, afirmará otro de los grandes Padres de la Iglesia, Clemente de Alejandría: "Todo el que busque la santidad debe ser evangelizador y catequista" (Stromata VII.9.5.2). Es lógico, que esto sea así, pues vivimos rodeados de otras personas y vivir la Semana Santa en esta etapa de la historia conlleva la responsabilidad de explicar a tantas personas buenas pero ignorantes o frías espiritualmente, el alcance y significado de estos días y quien sabe, si también esas conversaciones pueden ser la oportunidad del descubrimiento de la fe o del regreso a la vida cristiana de amigos, familiares o vecinos.
José Carlos Martín de la Hoz
Marcellino D'Ambrosio, Cuando la Iglesia era joven. Las voces de los primeros Padres, ed. Palabra, Madrid 2016, 270 pp.