Un título sugerente para una novela ya antigua y siempre moderna, que es de las preferidas del Papa Francisco, lo cual no deja de ser significativo. Es una profecía de la increencia, de la paganización del mundo occidental. Benson, que escribe a principios del siglo pasado, plantea un ambiente generalizado de falta de fe en Occidente, opuesto a un peligro de Oriente, que amenaza con la guerra y que persiste en la fe de las diversas religiones.
Ya desde el principio de la novela se plantea la problemática: “La consecuencia de tales planteamientos era que las controversias por motivos ideológicos de creencias podían ser tenidos como la más grave herejía y el mayor obstáculo para conseguir una línea de progreso, que solo se llevaría a cabo mediante la integración de los individuos dentro de la familia, de la familia en el estado y de los Estados nacionales en el gran estado universal” (p. 32). O sea, no es que hay quien cree y quien no cree, es que ya no se puede hablar del tema de Dios.
Curiosamente estamos llegando a estos extremos en nuestro país. Resulta que si alguien quiere disuadir a una madre agobiada de que aborte, es un delincuente. Ya no es cuestión de discutir si aborto si o no, ahora el extremo es que ya no se puede hablar sobre ello. Pronto nos dirán que quien pretende acercar a la fe a un amigo es un personaje peligroso.
Es muy sorprende esta obra de Benson. La leí hace unos treinta años y me pareció una exageración. Curiosamente podía leerse como algo más cercano teniendo en cuenta que el autor está imaginando un futuro con un desarrollo extraordinario, pero no pudo imaginar los móviles ni los portátiles, y tecnologías semejantes. Como hace treinta años no existían los móviles, el planteamiento sociológico era más cercano a su profecía.
Pero lo que se refería a la religión, hace treinta años podría preverse algo, pero parecía fuera de sitio. Lo sorprendente es la visión profética del autor que describe hace cien años lo que está empezando a ocurrir ahora: el rechazo de hecho o por la propia ley de los planteamientos más puramente cristianos.
Se narra en esta historia la deserción de católicos, no solo laicos si no también sacerdotes. Percy, uno de los protagonistas, se enfrenta a un sacerdote amigo, que quiere abandonar su fe. “Percy se preguntaba hasta qué punto él tenía derecho a juzgar la decisión del P. Francis, aunque su sentido común le confirmaba que, pese a todo, en esta actitud había un aspecto rechazable. Su antiguo amigo había concedido claramente demasiada importancia a la parte externa de la religión, mientras que nunca mostró interés y dedicación profunda hacia la oración” (p. 51). Clarividente. Actual.
Hasta hace unos cuantos años, en nuestra sociedad había mucho católico de cumplimiento. Lo hacían todos y ellos también iban a misa. Desde el momento en que no es lo corriente, que no lo hace la mayoría, los católicos de medio pelo se dan de baja. Y el paso siguiente es, como profetizaba Benson, arremeter, incluso con el uso de las leyes, contra los planteamientos totalmente coherentes de los que tienen fe. Cuando leí este libro la primera vez me parecía que estas situaciones eran impensables. Ahora, si queremos mantener nuestra vida cristiana debemos ser claramente beligerantes. Apoyados en la oración y los sacramentos debemos mantener nuestro modo de vivir, dando ejemplo, ayudando a quienes tenemos cerca, y manifestando en la vida ordinaria nuestro modo de ver la vida.
Y por de pronto celebraremos el Nacimiento de Jesús, que es el Señor del Mundo.
Ángel Cabrero Ugarte
Robert Hugh Benson, Señor del mundo, Palabra 2019