Muchos lectores recordarán la novela de Natalia Sanmartín, “El despertar de la señorita Prim”, porque no se publicó hace demasiado tiempo y tuvo bastante eco. La he releído para una tertulia. La problemática que traslada la autora, de un modo intencional, es de gran calado, porque, sin nombrarlo explícitamente, está en el aire la idea de trascendencia. Un tema por lo tanto de gran actualidad, quizá sobre todo por su escasez.

Escasez de trascendencia. No se nombra esta palabra expresamente en la novela en ningún momento, tampoco hay otra palabra o concepto que signifique lo mismo y aparezca en el texto, pero la oposición de la protagonista al concepto mismo, quizá sin saberlo, es notorio. Quizá el arte de la autora es mantener en el aire una realidad central y necesaria en la vida de las personas y, sin embargo, ausente en nuestra sociedad.

Surgen, como conceptos entendibles por la señorita Prim, la importancia de la cortesía, los sentimientos -y el peligro de sentimentalismos-, la armonía, la sensibilidad, y otros temas que son bien admitidos y necesarios para la vida de las personas, pero el otro protagonista, “el hombre del sillón”, se empeña en hacerle ver a la bibliotecaria la necesidad de ideas de más fondo.

San Ireneo, la población idealizada en la novela, está llena de paz, amistad y comprensión y hay un personaje, un monje que vive en un convento a las afueras del pueblo, bien conocido por todos, que es como la referencia última para la mayoría de los habitantes. Pero la señorita Prim no tiene interés por acercarse a aquel lugar. Así transcurre la historia, con diálogos profundos sobre esos temas, pero obviando lo sobrenatural.

La imagen, lo que traslada esa joven que llega allí contratada como bibliotecaria para un trabajo concreto y limitado en el tiempo, es lo que hoy se lleva en un porcentaje importante de nuestra sociedad. Puede interesar la belleza, la pintura, la música, por supuesto el deporte, pero falta la profundidad de lo sobrenatural. Se habla poco de Dios, se escribe poco de Dios. Y eso a pesar de que en nuestro país, hoy por hoy, tenemos un buen porcentaje de creyentes y aun siendo pocos son, en su mayoría ejemplares.

Se habla poco de Dios y apenas se manifiesta con alguna claridad que el fin último del hombre es la eternidad. No se trata el tema con claridad en la novela, pero se intuye como una obviedad. Curiosamente estas verdades fundamentales para el hombre no se presentan en ningún libro de literatura. Por lo tanto solo llegan a las personas que leen libros de espiritualidad y, lógicamente, a quienes acceden con frecuencia a las enseñanzas de la Iglesia.

Aun así sorprende las pocas veces que en las predicaciones dominicales se habla de todo esto nítidamente. Quizá por eso Natalia Sanmartín tuvo la idea de escribir una novela que profundizara en lo esencial. Otros autores han intentado recientemente ir al fondo de lo principal. La realidad es que hace falta, ya que hay muchas personas, incluso muchas familias, que se consideran cristianas pero apenas viven como tales.

Hay que hacer hincapié en el sentido de la vida, recordar que el hombre está creado por Dios para que sea eternamente feliz en el cielo, y que para eso debe frecuentar los sacramentos y la oración. No sé si Natalia pensaba en esto, pero creo que sí.

Ángel Cabrero Ugarte

Natalia Sanmatín Fenollera. El despertar de la señorita Prim. Planeta, 2013.