“¿Cuál es uno de los carismas del noviazgo? Al tomar las cosas como son realmente, la respuesta que resulta sorprende a algunos: la verdad. El noviazgo es el tiempo de la verdad: ¡fuera todo! Si algo no te gusta ¡dilo! Si pretendes una cosa, ¡comunícala! El otro te dirá ‘¡Eres más tonta que tonta!’. Y os dejáis. ¡Optimo! Para esto es el noviazgo, para dejarse, si os debéis dejar. Lo digo mil veces: un buen noviazgo no es el que termina con el matrimonio, sino con la verdad. Si os tenéis que casar, adelante; si no os tenéis que casar, ¡es mejor descubrirlo cuanto antes!” [1].
La verdad, la sinceridad, la decisión firme de no ocultar nada, es imprescindible en el noviazgo y, por lo tanto y con más razones, en el matrimonio. Lo pensamos un poco y parece elemental. No puede haber oscuridad en las relaciones entre esposos. Todos lo sabemos. No hay ningún casado a quien este asunto les resulte indiferente, salvo que haya una distancia, salvo que las cosas vayan mal y no se vean soluciones.
Si la convivencia es amable y la relación normal es lo que se espera de un matrimonio, sin duda se cuenta con la verdad. Dice Dostoievski: “Hay una asombrosa muchedumbre de hombres que no saben reírse en absoluto. Más bien: no se trata de saber, es un don innato. O, para adquirirlo, hay que empezar de nuevo la propia educación, ser mejores, dominar los malos instintos. En ese caso, la risa de un hombre podría mejorar mucho. La risa pide antes que nada sinceridad, pero ¿dónde se encuentra eso entre los hombres?”[2].
Son síntomas. La amabilidad lleva a los detalles de cariño, de delicadezas, a la sonrisa, y a la risa, que es más. La risa auténtica, que es amable para la otra parte, manifiesta sinceridad. Las caras largas hacen pensar en problemas no resueltos. ¡Qué difícil es vivir años de matrimonio sin la risa amable, sin la sonrisa espontanea, sin la sinceridad transparente!
Por eso es importante pararse de vez en cuando para pensar en la actitud propia. Nos resulta demasiado fácil juzgar al otro, percibir defectos, sospechar maldades. Pero lo que cada uno debe cuidar en el día a día es la propia actitud, la entrega plena, la preocupación por los problemas de la otra parte. Esto es amor, es cariño. Si eres atento con él, con ella, existirá una alegría común, que influye en la vida matrimonial y mucho en la felicidad de los hijos.
“¿No hay alegría? -Piensa: hay un obstáculo entre Dios y yo. -Casi siempre acertarás” (Camino 662). ¿No hay alegría? Es que hay distancia. Si en el matrimonio hay unidad inquebrantable que se nota en todo y cuando hay sinceridad total -ningún secreto entre los dos- hay alegría. Puede haber una preocupación en un asunto serio; puede haber cansancio; existen a veces contrariedades. Pero si se comparten no quitan la auténtica alegría. Y eso se nota, en la familia, en la relación matrimonial, en la convivencia con los hijos.
Es un tesoro que hay que cuidar.
Ángel Cabrero Ugarte
[1] Fabio Rossini, El arte de recomenzar, Rialp 2020, p. 91
[2] Dostoievski, Pensamientos y reflexiones, Rialp 2021, 62