Buscando en internet el documento con las conclusiones del último Sínodo -no vale la pena denominarlo de los Obispos- encuentro las conclusiones de la fase continental europea. Soy consciente de que el club del lector es una página sobre literatura, no de teología, pero las conclusiones ya están editadas en un libro y, por lo tanto, son susceptibles de comentario y de interesante difusión.
El lema o leitmotiv marcado por el papa Francisco para el Sínodo había sido el de Sinodalidad: Comunión, participación, misión. Da la impresión de que la comunión entre los bautizados sea un concepto de ninguna manera extraño y de base evangélica: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amais entre vosotros" (Juan, 13,35), por eso, la fase continental europea del Sínodo señala como "la polarización -la falta de afecto o incluso la enemistad entre los miembros- hiere a la Iglesia" (parágrafo 53). De la misma manera, la misión de los cristianos en el mundo y ante la cultura contemporánea había sido tratada abundantemente por el Concilio Vaticano, por lo tanto, nos centraremos en los conceptos de sinodalidad y participación.
El Concilio había apuntado estas ideas en la constitución Lumen Gentium, sobre la Iglesia; en el capítulo 4, parágrafo 37 se habla de la Relación -de los laicos- con la Jerarquía. La asamblea conciliar había reconocido la igual dignidad de todos los bautizados, fundamento teológico de la sinodalidad, pero es el papa Francisco quien da el paso gigante de tratar de implementarla. Corresponde a la representación de Bosnia-Herzegovina (¡!) el mérito de recordar la tradición, representada por san Ignacio de Antioquía, obispo y martir, que había hablado de la corresponsabilidad de los cristianos -synodoi- unidos a Cristo (párágrafo 21). El sínodo continental reconoce el carácter jerárquico de la Iglesia, encarnado en la figura episcopal (párágrafo 39), pero apunta un principio novedoso y razonable: "Cuando algo afecta a todos se ha de discutir con todos" (parágrafo 81).
Realmente la sinodalidad es un principio cultural de nuestra época -los signos de los tiempos-, que reclama que todo tipo de grupos sociales, sean eclesíásticos o civiles, actúen con transparencia, participación, justicia y verdad; en este sentido resulta muy interesante la distinción que hace entre Jerarquía y autoridad, que se corresponde con los ministerios ordenados y no ordenados. Las mujeres pueden en la Iglesia desempeñar todo tipo de autoridad en los niveles no ordenados, ya sea por elección de los fieles o en el desempeño de una misión encomendada por la Jerarquía.
Conviene considerar cómo la participación de los laicos y la subsiguiente posible autoridad comienza en las parroquias, donde los servicios son desempeñados mayoritariamente por mujeres; ya sean obras de caridad, visitas a los enfermos, catequesis, animación litúrgica e incluso el mantenimiento y decoro de los templos. Habría que preguntarse, más bien, por el papel de los hombres en la Iglesia y reconocer que, de nuevo, nos encontramos con los signos de los tiempos, ellas, como el borrico sobre el que montó Jesús durante su entrada en Jerusalén, soportan el peso de la Iglesia en el ejercicio de los ministerios laicales. Nada impide, por lo tanto, que ejerzan esta misma autoridad y capacidad de decisión a otros niveles.
A lo anterior hemos de unir el papel de las mujeres como maestras de vida cristiana en el ámbito familiar, y sobre todo a las consagradas dedicadas a la enseñanza, la salud, la caridad, la atención a los desfavorecidos y la misión en lugares remotos, ellas son el rostro de Jesús en la tierra. ¿Queremos llamarle diaconal? Podemos llamarle como queramos, pero "el nombre no hace la cosa", la denominación no modifica la naturaleza.
Juan Ignacio Encabo Balbín