El día de la Ascensión, el Señor envió a sus discípulos y a sus sucesores a predicar por el mundo entero el Evangelio. Pero, ¿cuál era el programa de formación, el credo, la pastoral de conjunto que había que desarrollar? Sencillamente, se trataba de narrar lo que habían “visto y oído” en los tres años que convivieron con Jesucristo.
Por tanto, la primera pastoral fue “el método de los doce apóstoles”, pues sencilla y llanamente se trataba de transmitir lo que contiene la revelación oral y escrita de Jesucristo a todos los hombres de buena voluntad: la vida, pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Después, llegaran los catecismos.
Precisamente, después de aquella primera evangelización sucedieron otras evangelizaciones, como narraba Jesús en la parábola del sembrador hasta el final de los tiempos. Juan Pablo II en Haití en 1983, afirmó que la Nueva Evangelización había de ser “nueva en su ardor, método y expresiones”.
Inmediatamente, hemos de recordar que todo método de evangelización estará, como todas las espiritualidades, centrado en Jesucristo, pues Él es el único maestro y la caridad el principal mandamiento.
Enseguida hemos de señalar que la evangelización o la teología pastoral es siempre personalizada: lo primero son las personas. Nunca se ha bautizado con manguera, sino siempre uno a uno y sobre cada uno se unge con el crisma y sobre cada uno cae el agua mientras se repiten las palabras “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Asimismo, la educación en la fe se complementa con enseñar a amar en la dirección espiritual, en los sacramentos y en los medios con los que la Iglesia dispone, sobre todo a través de la amistad y de la familia, para enseñar a amar a sus hijos y llevarles por los caminos de salvación.
Toda vocación implica una misión y la llamada universal a la santidad de todos los cristianos se implementa con la llamada universal a la misión apostólica. El primer campo apostólico para todos los cristianos se encuentra en la propia familia y los amigos, como la santidad en el encuentro personal con Jesucristo en la vida corriente y los quehaceres ordinarios.
Las primeras conclusiones de los Sínodos que se están celebrando en muchas diócesis del mundo arrojan ya una primera valoración, la necesidad de incrementar la formación de los laicos cristianos para que puedan llevar a cabo la tarea ineludible de ser el “alma del mundo”.
Precisamente, la Pastoral de la Iglesia que se dirige al inmenso campo de la mies, requiere una pastoral vocacional basada en la confianza en las nuevas generaciones y en abrirles camino en la Iglesia, darles paso para que sean ellos los que lleven e peso de la Iglesia. Esto implica el compromiso de impartirles una espiritualidad laical y secular que les lleve a la intimidad con Jesucristo y a convertirse en los nuevos apóstoles de la Nueva Evangelización del mundo del siglo XXI.
José Carlos Martín de la Hoz