El famoso tratado De anima de Aristóteles, un clásico de la antropología clásica, sirve de base a esta magnífica introducción de María Zambrano a su famosa razón poética, es decir, su aportación principal a la historia de la filosofía, siempre de la mano de su maestro Ortega.
La propia filósofa malagueña María Zambrano, reconoce en su prólogo a esta suma de artículos sobre el alma, que lo que le llevó a la filosofía fue el descubrimiento de la síntesis de intuición y razonamiento que descubrió en Aristóteles a través de Zubiri y de Ortega.
En cualquier caso, la propia autora reconoce que en este libro entrevió su famosa “razón poética” y comenzó a mostrarla al mundo tras haber entrado en parajes de luz donde Ortega no había penetrado (40).
María Zambrano comienza su primer libro directo sobre la razón poética recordando que “cada época se justifica ante la historia por el encuentro de una verdad que alcanza claridad en ella” (43). Inmediatamente, se preguntará lo que aquellos años cuarenta de la posguerra española y de la segunda guerra mundial aportarán al mundo. Finalmente, el propio libro expondrá y desvelará parte de las intuiciones que van más allá de la propia razón poética con la que ella logró ir más allá de lo que nunca había soñado, eso sí, con palabras que solo el corazón entiende como resumiría otro de sus maestros: Pascal. Desde luego, María Zambrano logra en este trabajo llevar al lector al límite, a la trascendencia, es decir, más allá de Eugenio Trías y su filosofía del límite (128).
Siguiendo a Ortega, pero bien concienciada ella misma, afirmará: “Al fallarnos las creencias lo que nos falla es la realidad misma que se nos adentra a través de ellas. La vida se nos vacía de sentido, y el mundo, la realidad, se desliza, se hace fantasma de sí misma” (126).
El eje de la verdad, nos dice, es “la idea cristiana del hombre como un ser que muere y ama, que muere con la muerte y se salva con el amor” (46). Finalmente, describirá: “Como en el sistema planetario en que vivimos, estos tres cuerpos, Dios, la naturaleza y el hombre, van tejiendo con sus órbitas un drama” (56).
Un poco más adelante, audazmente afirmará que: “la religión es la depositaria de la esperanza” (143). Y, tomando como falsilla a san Agustín dirá: “La Ciudad de Dios cristiana, donde se alojará la vida eterna, no es una utopía. Aquí la esperanza no ha sido racionalizada, ni se presenta en el reino del ser atemporal” (175).
Respecto a la “Ciudad de Dios edificada sobre la oscura tierra”, nos viene a decir que el cristianismo debe decidirse a resucitar aquí en la tierra, además de esperar resucitar en la vida eterna” (176).
José Carlos Martín de la Hoz
María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Alianza editorial, Madrid 2022, 241 pp.