Se habla de un invierno demográfico, de sociedades en las que mueren más de los que nacen. Si la tasa de reposición generacional está en más de dos hijos por mujer en edad fértil, son muy pocas las parejas que se animan a tener ese tercer hijo.
Hablaba yo con uno de los míos sobre la dificultad para tener descendencia y veíamos tres tipos de inconvenientes: Materiales, psicológicos y legales. Los obstáculos materiales son conocidos: Trabajos malos sin perspectivas de estabilidad, viviendas caras y pequeñas y falta de ayudas en el hogar. Dado que para sobrevivir los dos miembros de la pareja tienen que trabajar, necesitan que haya alguien en su casa al cuidado de los pequeños, esas personas a las que antes llamábamos servicio doméstico y que ahora casi no se encuentran.
También existen obstáculos psicológicos para la paternidad y maternidad, comenzando por la propia escala de valores de la pareja que antepone otros objetivos al deseo de tener hijos. Esos otros objetivos pueden ser viajar -"son jóvenes y tienen que disfrutar, se dice"-, también atienden a una o dos mascotas y practican otras formas de entretenimiento y diversión. Luego, a más largo plazo, desearían tener hijos casi como una opción más de consumo, restringida en su número y que, con frecuencia, terminan alcanzándose por medios menos naturales, como pueden ser la adopción o las distintas formas de fecundación.
Otra dificultad reside en la inestabildad de las parejas. Preguntaba una vez una universitaria: "¿Cómo voy a tener un hijo, si no sé si vamos a continuar juntos?". A ello hay que decir que objetivamente una vida vale más que cualquier otra circunstancia, y que muchas mujeres han sacado adelante a sus hijos ellas solas; con sufrimiento, es indudable, pero se trata una inversión que con el tiempo producirá un dividendo de compañía y amor.
El último inconveniente son las complicaciones legales. Antiguamente existía una regulación muy rígida del matrimonio y la familia; se prohibía reconocer a los hijos ilegítimos y los hijos naturales tenían una menor proporción hereditaria que los legítimos. Es posible -seguro, en realidad-, que esa regulación fuera injusta con el hijo ilegítimo, pero proporcionaba seguridad al conjunto.
En la actualidad el Derecho de Familia está totalmente judicializado y se puede acudir a los tribunales con cualquier petición, ya sea un reconocimiento de paternidad, concesión de la patria potestad o la tutela, autorización para cambiar de domicilio o la obligación de proporcionar alimentos. Dado que muchas personas -y con razón- tienen miedo a verse en un juzgado, si se llega al divorcio todos exclaman: "Menos mal que no tenían hijos ". La ley, que estaba pensada para ayudar a las criaturas, termina por disuadir a las parejas de tener descendencia.
Nada de lo expuesto tiene que ver con el sentido espiritual y cristiano de la paternidad y maternidad, que también valdría la pena plantear.
Juan Ignacio Encabo Balbín