Dentro de la Colección “Clásicos de espiritualidad”, se publicó hace unos años una antología de textos de San Buenaventura preparada por Jesús Sanz Montes, actual arzobispo de Oviedo y Julio Gómez Chao, OFM recientemente fallecido (2020), donde nos presentan la figura y la doctrina del doctor seráfico con una magnífica introducción y selección de textos.
Las principales obras de San Buenaventura de las que se toman los textos corresponden al “Itinerario de la mente a Dios”, al “Soliloquio”, y a “la vida perfecta, para religiosas”, y algunas otras obras menores. Los textos seleccionados muestran la gran riqueza teológica del doctor sutil y la profundidad de su doctrina que abrió el camino al beato Duns Scoto para producir una escuela teológica nueva, el escotismo, que trajo en jaque al tomismo durante varios siglos.
Resaltemos desde el principio la mirada contemplativa de san Buenaventura que le llevará a dar la prioridad a la virtud de la caridad en la teología y en el gobierno de la orden franciscana de la que fue Maestro General hasta su elección episcopal (1257-1374).
Indudablemente la caridad la entenderá siempre como un don de Dios y por tanto priorizará la abundancia de la gracia sobre la correspondencia humana, por lo que tanto las virtudes humanas como las virtudes sobrenaturales serán el trabajo de Dios en el alma del cristiano: “Pongamos nuestro empeño en progresar en el amor, pues en su ejercicio alcanzamos la perfección de todos los bienes. Que tal perfección se digne concedernos quien vive y reina por los siglos de los siglos” (76).
A lo que añadirá: “Quien quiere llegar a la perfección debe volverse mediante la meditación al estímulo de la conciencia, sacudiéndola, aguzándola y enderezándola; al rayo del entendimiento, para expandirlo, dilatarlo y lanzarlo en alto: y a la llama de la sabiduría que reúne, enciende y alza” (76).
Enseguida recordando a san Bernardo afirmará: “Amando a Dios con la voluntad, me voy trasformando en él” (De caritate 18, 61, PL 184, 614). Y comenta “qué admirable e inestimable dignidad la de ser no sólo vestigio, como cualquier otra criatura, sino imagen del Creador lo que únicamente es propio de la criatura racional: ‘alaba alma mía al Señor’ (Ps 147,12)” (99).
Lógicamente, como todos los místicos nos recordará que “cuanto más cerca de Dios estamos, más indignos nos vemos” (104). O dicho de una manera más profética: “Si probaras una gota de aquel vino, rechazarías cualquier dulzura de este mundo” (170). O de un modo más místico: “en el secreto de la conciencia habita el dolor de amor del alma” (229). Siguiendo la ruta de los padres de la Iglesia recordará que el fundamento de todas las virtudes es la humildad (234): “únicamente la humildad agrada a Dios tanto en el ángel como en el hombre” (234).
José Carlos Martín de la Hoz
San Buenaventura, Experiencia y teología del misterio, BAC, Madrid 2023, 273 pp.