El profesor Valdecantos, partiendo de la noción de ciudad y de ciudadano, elabora una completa teoría de la evolución entre ciudadano y súbdito que vale la pena leer y tener en cuenta. La síntesis de la cuestión queda presentada ya en la introducción, aunque después sea objeto de ulteriores matizaciones: "No somos ciudadanos ni lo seremos nunca. La noción de ciudadanía -tan querida y hasta venerada por la mayor parte de las ideologías y visiones del mundo disponibles- es un obstáculo para comprender la naturaleza de la política y, en particular, el aspecto que hoy presentan las relaciones de poder, dominación y sometimiento" (12).
La cuestión es importante, puesto que, como dirá Valdecantos: "La ciudadanía es la condición en virtud de la cual cabe postular cierta clase de orden justo de las cosas humanas, distinto del correspondiente a la supervivencia, a la satisfacción de los impulsos naturales, a la competencia y a la ganancia, así como a lo relativo a los afectos, lealtades y convicciones que precisamente por oposición a lo político o público, suelen llamarse privados" (13)
El autor nos recuerda que en esta obra no se encuentra un tratado completo de filosofía práctica, puesto que: "se trata de teorizar de tal modo que el material escrito resultante se sustraiga del objeto cultural" (19).
Así pues, comenzará por una teoría sobre la civis y civitatis en las grandes fuentes de la antigüedad: la Sagrada Escritura, el pensamiento político y la filosofía clásica hasta san Agustín y su famoso trabajo De civitate Dei: "nuestra peculiar forma de ser griegos consiste en no ser romanos o quizá en haber dejado de serlo, de manera que el moderno al que se le enseña que es griego aprenderá al mismo tiempo que ya no es romano y por qué no lo es, vale decir: aprenderá que su deriva ciudadana es la que es, porque la romana fue abandonada e invertida" (29).
Un poco más adelante añadirá que "La potestad civil tomará a su cargo el terror de la disciplina mientras la eclesiástica se encargue de la pronunciación de la doctrina; este es el reparto de papeles, fundado en la diversidad de capacidades y fines de cada uno de los dos cuerpos" (208).
En síntesis la degeneración conceptual se derivaría de que: "La genuina comunidad de ciudadanos contemporáneos está determinado no tanto por compartir un modo de vida cuanto por coincidir en la idea de que el modo de vivir que uno lleve es lo más importante que hay en la vida" (267).
De hecho, la crítica del libro se centrará en la exposición del error, puesto que para Valdecantos: "Descubrir en el concepto la huella del mal es la tarea que la filosofía y las ciencias humanas deberían imponerse como genuinamente propia" (318).
Terminará sentenciando al modo clásico: "Con tanta indignación como tedio, algunos de entre los llamados ciudadanos añorarán el nombre de súbdito que recibían en otras épocas para las que concebir las cosas no equivalía a justificarlas. Llamarse a sí mismo súbdito es lo más irónico de todos los actos de habla políticos y también el más veraz" (360).
José Carlos Martín de la Hoz
Antonio Valdecantos, Teoría del súbdito, ed. Herder, Barcelona 2016, 394 pp.