Pensar requiere sosiego, recogimiento, momentos para reflexionar, para estudiar y para sacar conclusiones. No es fácil en la sociedad en la que vivimos, en la que todo son prisas, activismo, agitación; y en la que las nuevas tecnologías facilitan que nos devoren las imágenes y los mensajes, y que se acumule tanta información que no tengamos capacidad para asimilarla, para distinguir ente el grano y la paja. Quizá por esto son tan frecuentes las ocurrencias y tan escasas las ideas. Lo vemos en todas partes y de un modo palpable en los políticos: parece que solo se trata de salir en la foto y soltar una frase más o menos efectista y brillante. Pero pensar, argumentar, analizar, ir al fondo de los asuntos es otro cantar y es lo que más se necesita para afrontar las dificultades y buscar soluciones prudentes y justas. Nos vendría bien leer y releer de cuando en cuando el bíblico Libro de la Sabiduría.
Reflexionar no es posible sin la lectura, el estudio, el diálogo con los grandes pensadores del pasado y con los de ahora. En una entrevista de Miguel Ángel Gozalo a César Antonio Molina, en el último número de Nueva Revista, me han parecido llenas de sentido común las declaraciones del actual director de La Casa del Lector y ex ministro de Cultura. Entre otras ideas sugerentes, destaco lo que dice después de rememorar el espíritu con que se pasó del franquismo a la democracia y se aprobó la Constitución vigente: “El problema es que en educación no se hizo lo que se tenía que haber hecho, pero desde el primer día. El pacto de Estado que se debió haber hecho una vez aprobada la Constitución, fue el de la educación, y el ejemplo lo tenemos al lado, en Francia. Para Francia la educación es esencial. ¿Por qué nosotros no hemos hecho lo mismo? Y en la cultura, lo mismo. La cultura es esencial para España. ¿Qué somos sin la cultura? La cultura viene desde siglos y nosotros somos algo en el mundo por la cultura (…). Por lo tanto, educación y cultura, una cuestión de Estado. Al día siguiente de haber aprobado la Constitución deberíamos habernos puesto de acuerdo. Había sus peleas, sus historias, sus cosas. No se hizo, hemos venido arrastrando una ley por cada ministro, eso no pasa en ninguna parte del mundo.”
Lo afirma una persona culta, ¿pero hasta qué punto lo son los que nos gobiernan y los que aspiran a hacerlo algún día? ¿Habrán leído a los clásicos? ¿Serán capaces de tener la altura de miras necesaria para promover pactos como los sugeridos por el autor de La caza de los intelectuales?
Luis Ramoneda