Resulta alarmante descubrir la cantidad de matrimonios que se rompen después de unos pocos años de duración. El hecho de que a los dos o tres años marido y mujer no sean ya capaces de convivir manifiesta, sin duda, que no se ha trabajado suficientemente, durante el noviazgo, en qué consiste su unidad esponsal. Da pena y produce no poca alarma. Muchos no saben qué es eso del matrimonio. No se han parado a pensar la gran distancia que existe entre amor y egoísmo. Lo que yo quiero o mi disposición a entregarme.
Refiriéndose a la realidad matrimonial, Fitzgibbons escribe: “Se trata de una unión sagrada indisoluble del esposo y la esposa con el objetivo compartido, ya que centra el amor mutuo, de educar a los hijos y ayudarse mutuamente a alcanzar la vida eterna, Dios. El interés de los esposos no consiste en autorrealizarse gracias a lo que la psicología moderna considera una relación satisfactoria, sino en procurar ante todo convertirse en Cristo el uno para el otro.
Para lograrlo, los esposos deben intentar día a día crecer en su capacidad de amar como ama Dios, lo cual le exige un desarrollo personal constante. Este crecimiento de la persona implica conocer las propias debilidades, pedir perdón y perdonar, y cultivar la virtud: en definitiva, los hábitos de una buena conducta” (p. 12).
Ayudar a los hijos y ayudarse mutuamente a alcanzar la vida eterna. En muy pocas palabras está muy bien definido cuál es el sentido de la unión esponsal. Cualquier otra cosa puede ser más a más interesante siempre y cuando no interfiera en esto, que es lo esencial. Por lo tanto el marido o la mujer tendrán que reflexionar con cierta frecuencia en cual es el sentido de su vida y de su matrimonio.
Quizá habría que repetir con frecuencia a los casados esta idea central: “Los esposos deben intentar día a día crecer en su capacidad de amar como ama Dios”. ¿Cómo ama Dios? Tienen que ser muy conscientes de que se trata de crecer en el amor. Siempre creciendo, también cuando se llega a los sesenta años o a los ochenta. La sola tentación de pensar “le aguantaré lo mejor posible” es un error tremendo. Y el esfuerzo que uno hace por amar bien no depende de cómo me quiera él o ella.
“La otra causa de los conflictos conyugales se encuentra en las heridas y el choque de personalidades que se producen en el matrimonio. Ambas causas contribuyen al desarrollo de la ira, egoísmo, las conductas controladoras y la distancia emocional” (p. 13). Por eso es tan importante el noviazgo: es la etapa de la vida dedicada a conocer bien a la persona querida, para que ese amor no sea superficial. Le quiero como es. Para siempre. Y por lo tanto cuando se llega al matrimonio la tarea es crecer. Suele llevar consigo pisotear mi propio yo.
“El susurro es propiedad de los que aman -dice Montiel-, mientras que el mal es un niño afónico, con la garganta irritada de tanto llamar la atención. Nadie dice te quiero con un alarido ni susurra durante el odio. El amor exige una voz tan educada como los guantes de un mayordomo” (p. 57). ¿Somos capaces de hablar siempre con delicadeza? O sea ¿eres capaz de crecer todos los días un poquito en el amor?
“Confiar es lo más difícil del mundo -dice también el poeta-, mucho más que construir una pirámide. Difícil porque exige la confesión de nuestra impotencia, que admitamos que no tenemos el control de nada”. Esa humildad conduce al amor.
Ángel Cabrero Ugarte
Richard P. Fitzgibbons, Doce hábitos para un matrimonio saludable, Rialp 2020
Jesús Montiel, Canción de cuna, Pre-textos 2022