Un poeta frustrado

 

Indudablemente, es una buena noticia que el filósofo y escritor Rüdiger Safranski (1945), experto conocedor del Romanticismo alemán y autor de importantes biografías de autores de esa época de la historia, como Nietzsche, Schopenhauer, Goethe, Schiller etc., se haya detenido recientemente a dar a conocer la vida y la obra del famoso pensador y poeta alemán Friedrich Hölderlin (1770-1843), pues han quedado colmadas algunas lagunas de la historia de la filosofía y del pensamiento.

Efectivamente, Safranski se introduce con profundidad a estudiar la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del XIX a través de este malogrado poeta y de sus contemporáneos, que fueron muchos e importantes, por ejemplo, durante los años 1778 a 1783 en el seminario protestante de Tubinga, coincidieron, estudiaron y desarrollaron una profunda amistad tres jóvenes; Hegel, Schelling y Hölderlin, que se autodenominaban “La Iglesia invisible” (12).

Mientras los profesores y tutores desarrollaban sus programas y hablaban de los temas seleccionados y trasmitían una esmerada y sobria educación a los futuros párrocos luteranos de las iglesias del Reino de Württemberg, ellos se dedicaban a leer directamente y a discutir abiertamente de lo que averiguaban acerca de Platón, Descartes, Kant, Spinoza y Hobbes (43).

La vecina revolución francesa terminó por establecer el reinado de la razón sobre la barbarie y el poder de la religión, pero había subvertido el orden político. Aunque muchas monarquías europeas establecieron cordones sanitarios los “libre pensadores” y el orden liberal terminó por llegar a Tubinga: “se desplegó un impulso secularizador, que transformó las llamadas últimas preguntas en cuestiones sociales y políticas” (55).

Según se acercaba el final de sus estudios la política era apremiante pues la revolución francesa empujaba las fronteras. Interiormente, la poesía cobraba más y más fuerza en Hölderlin y sus nuevos amigos “los hombres sesudos: Neuffer, Magenau” que leían y vibraban con Schiller (61). Terminaron separándose porque no compartían “las altas exigencias, a la postre religiosas, que Hölderlin asociaba con la poesía” (63).

Finalmente, en 1793 con el título en la mano, pero sin encargo pastoral, abandonaría su carrera de párroco y pasó a vivir en Jana para ejercer de preceptor del hijo de Charlotte von Kalb, amiga de Schiller. De ese modo comienza una andadura procelosa hacia vivir de la poesía (81). También, señalemos que desde 1792, Hölderlin, ha comenzado la redacción de su primera novela importante, Hiperion, que versaba sobre la antigüedad griega, motivado “por la veneración que el mito de Grecia le infundía” (92, 95-96). En los primeros años no despertará gran interés.

Posteriormente, con la estancia de Hölderlin en Burdeos en 1802, comienza nuestro autor a presentar síntomas de una grave perturbación mental (244).  Poco a poco se fue  deslizando por la senda de la locura. Estamos en 1805 y todavía vivirá al cuidado de Zimmeren una torre construida al efecto (269) hasta la muerte en 1843 (283).

José Carlos Martín de la Hoz

Rüdiger Safranski, Hölderlin, o el fuego divino de la poesía, ediciones Tusquets, Barcelona 2021, 332 pp.