Una casa construida sobre roca

 

La formación cristiana está destinada a proporcionar los medios humanos y sobrenaturales para conservar, perseverar y progresar en el camino de la santidad según la vocación que Dios nos haya concedido.

Precisamente, porque la mayoría de los cristianos estamos llamados a santificarnos y a realizar una intensa labor apostólica en los ambientes sociales, culturales y familiares de la civilización de nuestro tiempo, esa formación deberá actuar en consecuencia y aportar las medidas y las ideas no sólo para no mundanizarnos sino para transformar el mundo en que vivimos.

San Josemaría al comienzo de una de sus textos más representativos acerca de la santificación del trabajo ordinario, la homilía “El tesoro del tiempo”, publicada en el volumen de Homilías “Amigos de Dios”, comentaba lo siguiente en las primeras líneas: “Cuando me dirijo a vosotros, cuando conversamos todos juntos con Dios Nuestro Señor sigo en voz alta mi oración personal: me gusta recordarlo muy a menudo” (Amigos de Dios, n. 39).

En efecto, la clave de esta formación sólida, está en hacer oración personal mientras se imparte, pues el único maestro en la Iglesia católica es Cristo y nosotros hemos de ser portadores de Dios, teóforos, de modo que mientras procuremos estar en presencia de Dios, en una verdadera conversación personal, entonces le dejamos a Él actuar, hablar, remover y transformar.

Es muy interesante el comentario que realiza el teólogo Antonio Aranda y estas sencillas líneas: “La pregunta que viene a la mente es: ¿por qué le gustaba recordarlo a menudo? La respuesta exacta, como es lógico, solo la podría dar él: no obstante, se pueden suponer algunas razones probablemente ajustadas a la realidad. Por ejemplo, estas: a) las meditaciones predicadas por san Josemaría tenían lugar ordinariamente en uno de los momentos diarios previstos para la oración personal del predicador y de los oyentes y hacían sus veces; b) san Josemaría comenzaba poniéndose en presencia de Dios, y continuaba en esa actitud con naturalidad, con frecuentes referencias al sagrario; c) la meditación era un medio de formación, no solo en relación al tema tratado, sino también porque, por su medio, estaba el predicador enseñando a orar según su espíritu a quienes asistían (enseñándoles a dirigirse a Dios con sinceridad y sencillez, con sentido filial, confiadamente, no limitándose a escuchar sino empeñándose en hacer su propia oración, etc.); d) asimismo, desde otro punto de vista, san Josemaría estaba transmitiendo como fundador, de modo natural , como por ósmosis, un estilo propio de predicación -el mismo que se advierte en los textos que analizamos- caracterizado por un permanente diálogo personal con Dios, aunque apoyado en su Palabra, adecuado a las circunstancias de los oyentes, cercano y amable, incisivo y exigente, con un sustrato teológico y cultural continente, etc., esas y otras razones ayudan a comprender que, en efecto, cuando predicaba, oraba” (cfr. nota al nº 39ª, pp. 258-259).

José Carlos Martín de la Hoz

San Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, edición crítica-histórica de Antonio Aranda, ediciones Rialp, Madrid 2019, 955 pp.