En estos días finales de la pandemia que hemos vivido, una autentica cuarentena medieval, de esas que se llevaban por delante a mucha gente, como las famosas epidemias de peste que asolaban, hemos de mirar a los cristianos de entonces para aprender de ellos.
Indudablemente, el mayor optimista es el realista, pues en vez de pensar que “no hay nada que hacer”, llega a la conclusión de que está todo por hacer. DE ahí que lo primero que hacían era enterrar a los muertos y ofrecer exequias por ellos. Inmediatamente buscaban al clero que había sobrevivido y hacían confesión general de sus pecados con el propósito de vivir y valorar los dones de Dios, entre otros el de la vida.
Finalmente, nuestros cristianos medievales reconstruían sus hogares, sus vidas, sus familias y sus trabajos, con un propósito bien firme: vivir, en adelante, pensando más en Dios y en los demás, después de haber sido purificados.
Por eso basta un poco de fe “como un grano de mostaza” para reaccionar en esta fase final del confinamiento por “coronavirus” o “sospecha”, con convicciones más profundas, pues hemos tenido tiempo para rezar y querer a los nuestros.
Como afirmaba ese gran maestro de la oración contemplativa en medio del mundo, san Josemaría, y lo dejó escrito en una de sus obras, Amigos de Dios: “si tú procuras meditar, Dios no te negará su gracia” (n.296). en efecto, Dios no nos ha negado su gracia y seguro que todos hemos madurado en nuestra vida de oración.
Precisamente, en los próximos días la Iglesia nos va a presentar a nuestra meditación grandes misterios de nuestra fe: la alegría de la Resurrección, la Ascensión, Pentecostés, la Trinidad, el Corpus Christi y el Sagrado Corazón de Jesús, y tantas otras fiestas importantes del mes de mayo, el mes de la Virgen Santísima y el recuerdo de sus apariciones en Fátima pidiendo que recemos en familia el Santo Rosario.
Enseguida, debemos buscar algún libro que nos ayude a entrar en el Evangelio y a vivir las escenas que acabamos de enunciar, como decía san Josemaría como un personaje más, pues la clave de la vida de oración no está ni en el método, ni en la postura, ni en los temas y posibles técnicas, sino en caer en la cuenta de que estamos delante de un amigo, que es contemporáneo, de nuestro Padre amoroso, con el que vamos a mantener una conversación distendida: la actitud es de complicidad, apertura de alma y máximo interés , como nos recuerda Luigi Giogia (70).
Por eso, enseguida, podemos detenernos a desgranar despacio el sermón de las bienaventuranzas para hacernos soñar en los frutos de la vida de oración: “hijos de Dios” (73) es decir; alegres, serenos, pacientes, justos, misericordiosos, esperanzados, limpios, magnánimos, desprendidos, obedientes, humildes, audaces y fuertes. Así pues, seguridad y esperanza en Dios: “la conciencia de que dependemos de Dios” (76). Así pues, el secreto está en volver al comienzo del libro: “Díselo a Dios” (161).
José Carlos Martín de la Hoz
Luigi Gioia, Díselo a Dios. El camino de la oración, ediciones Sígueme, Salamanca 2019, 174 pp.