En plena guerra mundial Maritain somete a crítica las ideologías dominantes y trata de formular un concepto cristiano de democracia que denomina humanismo cristiano o democracia personalista. Señala cómo los totalitarismos ponen al Estado por encima de la persona, siendo así que ésta es anterior a aquel (pág.122).
Contra el liberalismo político el filósofo retoma el concepto tomista y cristiano de bien común. Éste se dirige a hacer posible el bien material y espiritual de las personas en régimen de equidad, no de igualitarismo. Sobre el individualismo recuerda que los derechos se basan en la justicia no en la voluntad, y no son ilimitados. Un régimen en el que los ciudadanos sólo tengan derechos y no deberes no puede considerarse una democracia -afirma-, sino lo que él llama democratismo. Y es que la democracia no es un sistema legal o electoral consolidado de una sola vez, sino una conquista diaria, en ocasiones de forma heroica, por ejemplo luchando contra la corrupción o en beneficio de una información justa y objetiva. El autor no cita expresamente el socialismo pero afirma que la oposición política no debe ser destructiva (recuerdo de la fracasada IIIª República francesa). Defiende la mejora de la democrática en la condición de los trabajadores, lejos de la servidumbre y de una oposición dialéctica e irresponsable entre empresarios y sindicatos (pág.86). Sugiere la participación de éstos en la propiedad de la empresa y la cogestión empresarial, ideas que posteriormente se demostrarían ineficaces cuando no perjudiciales.
Sobre la comunidad política de base racial hay que recordar que durante la Segunda Guerra Mundial el enemigo era la Alemania nazi, que proclamaba su superioridad racial y ponía al pueblo alemán y su destino por encima de cualquier otra consideración. Maritain afirma que "la comunidad de base racial descansa en una afán de comunión a través de un sentimiento anormal [enfermizo] de aislamiento y desamparo [victimismo] (pág.40). Es una noción peligrosa ya que excluye la igualdad entre los pueblos, llevará sus exigencias hasta el infinito dado que el que se considera superior piensa que tiene derecho a todo, uniformará a las personas y reclamará para sí incluso las energías religiosas del individuo al poner a la etnia o al Estado en el lugar de Dios. La comunidad de base racial se define a sí misma por oposición a otros grupos humanos ya que necesita un enemigo contra el cual alzarse y a quien odiar (pág.40). Aunque Maritain no utiliza la palabra nacionalismo su diferencia con el racismo es que tiene una base territorial y cultural. La Alemania nazi incluía los dos conceptos -teritorial y racial-, más una dosis de socialismo (el nacional-socialismo) para justificar el dirigismo económico estatal.
En contra de lo anterior Maritain define el humanismo cristiano como "una obra común, inspirada por los ideales de libertad y fraternidad, que tiende a la instauración de una sociedad fraternal donde el hombre sea emancipado de la servidumbre y la miseria" (pág.50). "Obra de civilización y cultura (...) dirigida a desarrollar las condiciones en las que pueda darse la vida en común". Sus objetivos son la libertad, la vida en común y la amistad cívica. Considera que el progreso es la vocación histórica de la Humanidad, basado en el desarrollo de la técnica, la eliminación de las servidumbres naturales y sociales que limitan a hombres y mujeres, así como en la cooperación entre los individuos y los pueblos. Hoy ya no se habla de progreso sino de progresismo, que significa la eliminación de las barreras morales que se oponen al egoísmo humano. Progreso + egoísmo = progresismo. Para Maritain el progreso es desarrollo espiritual y moral basado en los principios cristianos aplicables a la organización social.
El filósofo señala la necesidad de defender la democracia contra aquellos que utilizan los derechos que ésta les reconoce para intentar destruirla (pág.76). Para él, los que suponen que la democracia supone el ejercicio de derechos sin asumir la necesidad de buscar el bien común o lo que él llama amistad cívica, no son demócratas sino que parasitan la democracia. Sugiere que los partidos políticos no sean cauces de participación sino escuelas políticas. De hecho observamos como hoy en España, pero también en otros países, los partidos más que escuelas de servicio son estructuras para alcanzar el poder dialécticamente enfrentadas. Es difícil no ver en nuestro país un deterioro del sistema democrático, que se manifiesta en el ejercicio destructivo, no cooperativo, de la oposición política, la corrupción y la progresión de los egoismos territoriales.
Maritain esperaba para después de la Guerra Mundial una nueva sociedad como la que él defendía, sin embargo nunca llegó a aceptar el modelo de los partidos demócrata-cristianos como expresión de su ideario. Muchos de sus planteamientos hoy están superados, como la petición de una democracia orgánica en la que los ciudadanos participarían a través de los entes naturales (familia, municipio y sindicato). Curiosamente este modelo se intentó poner en práctica en España en tiempos de Franco, pero quedó claro que no propiciaba un régimen democrático. El libro de Maritain iba acompañado originalmente, como Anexo, de la Declaración Internacional de los Derechos del Hombre, aprobada por el Instituto de Derecho Internacional en Nueva York, el 12 de octubre de 1929.
Juan Ignacio Encabo Balbín
Jacques Maritain. Los derechos del hombre. Ediciones Palabra, 2001.