La primera supernumeraria del Opus Dei de Sevilla, en 1951, contestaba a una carta en la que le comunicaban que, por fin, podría escribir la carta pidiendo la admisión en la Obra, con un grito alborozado y afirmaba estar “loca de emoción”. Una característica de la vocación es precisamente entender la importancia de dar gloria a Dios con el amor diario manifestado en constantes actos de libertad: rezar, trabajar, sonreír. La criatura humana verdaderamente sola hace una cosa: amar a Cristo vivo con locura de la mañana a la noche. Así murió Benedicto XVI.
Precisamente, la sorpresa fue mayúscula cuando el beato Álvaro del Portillo se encontró en 1946 con aquellos canonistas del vaticano que le dijeron que la Obra había llegado con cien años de anticipación. Pocas horas después, escribía un telegrama al Fundador. San Josemaría entraría en la Secretaría en Madrid afirmando: ¡Hay “feeling”! mientras blandía el telegrama: “Álvaro está diciendo y haciendo, lo que yo hubiera dicho y hecho”.
A pesar de su estado de salud, san Josemaría fue a Barcelona y se puso a los pies de la Virgen de la Merced: “Lo hemos dejado todo y te hemos seguido ¿Qué será pues de nosotros?”. Que esté reflejada esta oración en el camarín de la Virgen es una prueba de la realidad. El Fundador del Opus Dei tuvo que personarse en Roma desde junio a septiembre de 1946 y, finalmente, terminó por trasladar su domicilio a la ciudad eterna.
Finalmente, en febrero de 1947 se publicó la “Provida Mater Ecclesiae” y el Opus Dei fue recibido como el primer Instituto Secular. Enseguida pudieron recibirse los primeros supernumerarios. También pronto pudo observarse como la figura jurídica tomaba la deriva de lo que hoy se llama la vida consagrada.
La figura de la Prelatura personal que aparece en el Concilio Vaticano II era la solución pues mantiene la variedad de hombres y mujeres bajo un prelado, la unidad estrecha con los ordinarios de las diócesis y el compromiso laical y secular: un apretón de manos. Un compromiso de amor por mi honradez de cristiano: un acto de libertad.
Desde el 28 de noviembre de 1982, al 19 de marzo de 1983 la Prelatura fue movida en el Código del título de obispos al de asociaciones. 40 años después, al llevarse a cabo la “Praedicate Evangelium”, se ha producido la decisión de que los estatutos de la Prelatura indiquen que pertenezca al Dicasterio del clero.
El Santo Padre ha sido fiel a las sugerencias de los canonistas que han diseñado la reforma y a las autoridades de la Prelatura, para mantener los cambios en lo mínimo necesario para la aplicación de la Constitución y respetar la figura que fue aprobada por Juan Pablo II.
El camino de ese cambio pasa por un Congreso, una Constitución apostólica y otra Bula como la “Ut sit”. El Santo Padre está muy agradecido por la fidelidad y la madurez para trabajar muy unidos a sus intenciones en trabajo y en silencio.
José Carlos Martín de la Hoz