Al releer la historia general del descubrimiento y evangelización de Centroamérica, es muy interesan detenerse, aunque sea brevemente, en los sucesos acecidos en la propia capital de lo que ahora es Guatemala, entonces llamada la Audiencia de los confines.
Conviene retrotraerse al 11 de septiembre del año 1541 cuando tuvo lugar la impresionante hecatombe que asoló la ciudad de Santiago conocida desde entonces como la *Antigua* y en la que actualmente, a pesar de los sucesivos cataclismos y procesos geológicos de estos siglos, todavía viven en ella más de 100.000 personas, aunque hayan sucedido diversas llamadas imperiosas de las autoridades para el desalojo de la zona, pero es un lugar tan agradable que merece la pena correr el riesgo de vivir en ella.
Tras cinco días recogiendo escombros y buscando cadáveres debajo de las piedras, pudieron tener la necesaria serenidad para celebrar una misa solemne en sufragio por todos los difuntos y para pedir por la curación de los numerosos heridos.
Reunidos los miembros que quedaban del antiguo cabildo, acordaron recurrir al señor Obispo del lugar, su Excelencia, Monseñor demás Francisco Marroquín, para que, en ausencia del alcalde y las autoridades fallecidas, presidiera en adelante las sesiones del ayuntamiento y gobernación de las Corporaciones.
Decidieron someter a votación al pueblo superviviente de la ciudad, dos opciones: la primera, el traslado del emplazamiento actual de la capital al valle de Guatemala y, la segunda, la reconstrucción en un lugar cercano al emplazamiento derruido, aunque se corriera el riesgo de que se reprodujera el seísmo. Los datos de la votación fueron los siguientes; de los cincuenta y cinco vecinos presentes, cuarenta y tres se manifestaron a favor del traslado a la nueva ciudad de Guatemala y cinco votaron por la reconstrucción y siete quedaron indecisos.
Es interesante que el obispo Marroquín, por la amistad y confianza con la que se trataba y escribía con el emperador Felipe II, no dudó en dirigirle un escrito, al poco tiempo, para explicarle, motu proprio, los motivos por los que había aceptado presidir esas reuniones.
Evidentemente, no tenía interés en tomar el poder civil, ni enriquecerse a costa del pueblo, ni lograr un trato de favor para la Iglesia en las tareas de reconstrucción y traslado, sino sencillamente aportar su prestigio moral y espiritual al servicio del bien común. Había una gran tensión pues muchos lo habían perdido todo y, por tanto, para poder acertar en las soluciones más justas y tener en cuenta a los pobres y desamparados hacía falta hilar muy fino y prudencialmente pues había que conjugar la justicia distributiva y la conmutativa. La consecución de la paz entre aquellos golpeados vecinos que dudaban si el terremoto era un castigo por sus pecados, o un error de cálculo de sus ingenieros al escoger aquél peligroso antiguo emplazamiento.
José Carlos Martin de la Hoz
Gustavo González Villanueva, Los primeros cristianos de la Audiencia de los Confines 1542-1563), ediciones Promesa, San José de Costa Rica 2009, 344pp.